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Eran grandes predadores. Los de 1978. Sin ese instinto de cazador exento a culpa o remordimiento, la transición no hubiera sido posible: las grandes conmociones del Estado –y ésta lo fue de un grado más que medio– no conocen la compasión. Los políticos de la transición fueron despiadados: no hubieran podido sobrevivir de no serlo. Y sobrevivieron. Borraron a sus competidores. A derecha como a izquierda. Se apropiaron de los méritos de los mismos a los que ejecutaban. Consiguieron, al cabo, perseverar. Algunos de ellos, lo bastante como para dejar solucionadas sus finanzas para el resto de sus vidas. A ese precio, el nuevo sistema perseveró con ellos. Vaya lo uno por lo otro. Eran grandes predadores. Daba miedo mirarlos a los ojos, a poco que uno supiera, de verdad, de qué habían sido capaces para llegar allí, de qué estaban dispuestos a seguir siéndolo. Pero, en ese desasosiego, había un punto, si no de respeto, si no de admiración, sí de la cautela primordial que es de exigir ante los grandes felinos.

Pero, a diferencia de sus homónimos selváticos, los grandes predadores en política no parecen estar cualificados para transmitir su esplendor homicida a los cachorros que han de heredar su imperio. Pasar de González a Zapatero, o de Aznar a Rajoy, traía inevitablemente a la memoria la desganada –pero cortés– respuesta del Príncipe Salina al ingenuo recién llegado que, en el nudo narrativo de 'Il Gattopardo', le propone unirse a quienes se dicen ufanos modernizadores de una Sicilia que él sabe irreformable: «Nosotros fuimos los Guepardos, los Leones; los que nos sucedan serán los chacales y las hienas».

Sciacalletti, algo así como «chacalillos», escribe Lampedusa, con el desprecio distante que impone el inusual diminutivo. Menos que chacales: raquítica degeneración de ellos. La distante certeza de Salina me retornó anteayer, al escuchar la voz que opera como transmisora oficial del habla y pensar de eso que hoy sigue –ellos sabrán por qué– enarbolando la marca PSOE. Esther Peña: «Feijóo se ha convertido en ese cuñado cenizo, tristón, con un punto de amargura, que cada vez que te ve te dice que la vida da asco. Es de los típicos que te minan la moral. No da una buena noticia ni por equivocación». Peor aún, nos revela la dama: Feijóo ni siquiera tiene un buen «fondo de armario». Y casi, casi, logró la «portavoz federal del PSOE» alcanzar las supremas alturas del diputado autonómico socialista que nos revelaba el otro día, en la Asamblea de Madrid, el más arcano secreto del antisanchismo. Palabra de Juanjo Marcano: «Yo, sinceramente, escuchándoles, creo que lo de Sánchez, Sánchez, Sánchez es envidia pura y dura. Y les entiendo, porque con lo bueno que está el presidente del Gobierno no me extraña que sientan esta envidia tan asquerosa».

Alfonso Guerra era un personaje zafio; pero sus modos de gañán no carecían por completo de ingenio. González era un charlatán de feria con lectura cero; pero poseía en grado sumo la intuición asesina que se le exige a un político. Semprún deshonró su obra y su biografía al mezclarse con semejante chusma; pero era un gran escritor y un hombre educado… Estos de ahora, ¿qué son? «Scicalletti, iene…», se avendría a susurrar, displicente, Giuseppe Tomasi di Lampedusa.