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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Madres, asesinas e inocentes

El heteropatriarcado también es culpable de que una señora tire a su hijo a la basura y otra degüelle a su bebé

Una madre de Morón tiró a su hijo a un sucio contenedor de extrarradio y, tres años después de los hechos, no ha ayudado siquiera a localizar los restos del pobre, discapacitado y en silla de ruedas.

Otra salvaje similar, en Valencia, degolló a su bebé, de un año, porque no paraba de llorar o alguna nimiedad similar, qué más da. Son dos casos entre muchos, o pocos, porque no existe una contabilidad oficial de los filicidos cometidos por mujeres y solo hay recuentos oficiosos.

Por alguna extraña razón, las autoridades consideran que incluir en la estadística los asesinatos perpetrados por madres devalúa la denuncia de los que cometen los hombres contra sus hijos (parecidos a los de ellas) o contra sus esposas o exparejas (infinitamente superiores que a la inversa).

Piensan, desde sus retorcidas mentes, que señalar este tipo de delitos especialmente abyectos porque conculcan la naturaleza primigenia del ser humano, que es el cuidado de sus cachorros, debilita la cruzada contra la violencia de género: hay que ser tan podrido para llegar a esa conclusión como para avalarla, desde las contadas excepciones que efectivamente trivializan la violencia específica contras las mujeres buscando féminas que empaten en crueldad con los machitos criminales.

Las dos tipas no representan a las mujeres, ni desde luego a las madres, ese plácido puerto donde apaciguamos las tempestades de la vida. El delito siempre es individual y no juzga ni a raza ni a género ni a credo ni a nacionalidad alguna, un precepto constitucional olvidado por las energúmenas, muchas de ellas con cargo público, que transforman el crimen en un «suicidio ampliado» si ella también se quita la vida o en «madre protectora» a la secuestradora de sus retoños, como Juana Rivas y María Sevilla, indultadas luego por el Gobierno.

La predisposición natural del padre y de la madre no es matar a sus hijos, sino dejarse matar por ellos, y algo muy triste ocurre cuando ya hay que recalcar lo obvio antes de emitir un diagnóstico terrible: en España padecemos, entro otras tantas lacras, la de una cierta política que utiliza el crimen masculino como vara de medir de todo un género y justifica el femenino hasta el punto de presentar a la mujer como víctima de sus propios comportamientos.

Ninguna de las dos asesinas irá a la cárcel y, por decisiones judiciales impulsadas por ese ecosistema político, sus crímenes quedarán impunes, como los de Rivas y Sevilla cuando raptaron a sus propios hijos y los sometieron a un martirio infame jaleado por buena parte de la izquierda española, dispuesta siempre a encontrar eximentes psicológicas y coartadas inmundas para justificar las peores atrocidades o achacárselas al marido correspondiente.

Antonio David tenía 15 años y vivía postrado en una jaula con ruedas por una grave enfermedad neuronal cuando su madre, Macarena Díaz, lo mató o dejó morir y arrojó su cuerpo a un contenedor de basuras en las afueras de Madrid, adonde había llegado tras conducir toda la noche desde su casa andaluza.

Su «brote psicótico», que es la excusa de moda, fue suficiente para que nunca entre en prisión y ahora no vaya a ser condenada, aunque la perturbación no le impidiera planificar la siniestra excursión ni renunciar a la ayuda médica que, antes de los hechos, le quisieron prestar sus vecinos.

Eric, de un añito, recibió tres puñaladas de su madre en Vilamarxant, un delito condenado con prisión permanente revisable que en este caso quedará impune: aunque no tenía enfermedad mental alguna diagnosticada, han apreciado ahora un «brote de psicosis postparto» que la exime por completo de responsabilidad.

Nadie está bien cuando comete el delito más inconcebible de todos, pero solo en unos casos se busca con denuedo la coartada para perdonarlos y presentar al verdugo como víctima. Es el legado de Irene Montero, hoy asumido por el igualitario Sánchez premiado en Nueva York, que completa un paisaje desolador.

Todos los hombres son violadores potenciales, y una mujer asesina, oscura anécdota salvo para sus pobres hijos en el universo maternal de cuidados y sacrificios que explica la supervivencia de la humanidad, es consecuencia también del heteropatriarcado y vamos a buscarle algo en la cabeza para defender su derecho al infanticidio.