La ensanchadora
Si Yolanda Díaz visita Cuba, sabe que está obligada a reservar mesa en los restaurantes cuyas facturas se pagan en euros o dólares, porque en el resto de los establecimientos, sujetos a la igualdad comunista, se come fatal
El Debate, con Antonio R. Naranjo como ariete, ha conseguido que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, obligue a Yolanda Díaz a exponer, argumentar y hacer públicos sus gastos caprichosos con el dinero de los contribuyentes. En viajes innecesarios, hoteles de lujo y sabrosas estancias en los restaurantes más sofisticados, la aristotélica política de Fene se ha pulido en un año 44.117 euros. Me entristece discrepar de la interpretación de Naranjo y de mi periódico. ¿Qué significan apenas 44.117 euros cuando el fin del gasto no ha sido otro que «ensanchar la democracia»? Téngase en cuenta, que la Indira Ghandi gallega, además de vicepresidente del Gobierno, es ministra de Trabajo, líder indiscutible de la agrupación comunista Sumar, y mundialmente reconocida, y por ende admirada, como la más hábil y efectiva «ensanchadora de democracias» de nuestro planeta.
Nació para ensanchar —lo ha conseguido hasta en su aspecto físico—, no para estrechar ni adelgazar sistemas más o menos democráticos. Las democracias, como bien apuntó Boris Afanasiev, el eminente endocrino, dietista y nutricionista checheno, necesitan ser ensanchadas, y para ello es imprescindible que algún relevante político de prestigio internacional se dedique a ello. Lo que no se puede exigir a quien ensancha las democracias, es que lo haga sin salir de su despacho. Una democracia ensanchada, para que se ensanche convenientemente, necesita ser visitada, examinada y aprobada —o suspendida—, por la ensanchadora con más brillante trayectoria. Y eso cuesta mucho dinero.
Ensanchar democracias precisa del esfuerzo agotador de los viajes transatlánticos. Durante el vuelo, y lo puedo demostrar, Yolanda Díaz no le cede ni un solo minuto al sueño. Trabaja, despacha papeles, se conecta con las democracias ensanchables, y después del aterrizaje, a pesar del desconcierto orgánico que provoca el cambio de horas, se reúne con los partidarios del ensanche democrático y razona magistralmente sus argumentos. En todo el mundo se valora su manera de expresarse, la rotundidad de sus recomendaciones, y por qué no decirlo, la armonía y belleza que consigue encadenando palabras y conceptos. Lógicamente, está obligada a invitar a comer o cenar a sus interlocutores, y no a un local especializado en hamburguesas. Uno de los grandes problemas que padece el mundo de hoy, no es otro que la exigua nómina de ensanchadores de democracias que pululan por las altas esferas del poder. López Obrador, Petro, Ortega, Díaz Canel, la plana mayor de Hizbolá o Hizbuláh, y pocos más. Si Yolanda Díaz visita Cuba para ensanchar su democracia, sabe que está obligada a reservar mesa en los restaurantes cuyas facturas se pagan en euros o dólares, porque en el resto de los establecimientos, sujetos a la igualdad comunista, se come fatal. Y llevar al presidente de Cuba a comer mal en Cuba no ensancha su reconocida democracia, siempre amenazada por el fascismo que se está adueñando, poco a poco, del continente americano e islas adyacentes.
¿Y los hoteles? ¿Es admisible que después de un vuelo sobre el Atlántico, con los baches que provoca navegar en contra de los vientos alisios, le aguarde en su destino un mísero hotel de cuatro estrellas? Yolanda necesita, como poco, hoteles de cinco estrellas para descansar, y si existen, de seis estrellas, porque las democracias no se pueden ensanchar con estrecheces, contradicción pura. ¿Qué come langostas? ¡Y qué! También lo hace en España con los líderes sindicales y nadie se lo afea. Sir Winston Churchill, que no pretendía ensanchar democracias, se ensanchó a sí mismo, y de qué manera, comiendo langostas de Maine cada vez que viajaba a Nueva York, y cuando lo hacía a título personal, se las pagaba él, no los contribuyentes británicos. De ahí su mínimo prestigio mundial como ensanchador de democracias, empleo que oficialmente, no existía, por otra parte.
Invertir dinero público español en tan reducidas y modestas cifras sin poner en valor el rendimiento de tan discretos gastos, resulta indignante e inadmisible. El ensanchamiento democrático y físico de Yolanda Díaz a cambio de 44.117 euros, querido y admirado Naranjo, no es motivo de crítica ni escándalo. Por una ensanchadora ensanchada que tenemos, lo propio y acertado es cuidarla y agradecerle sus impagables —y ya pagados—, servicios.
No tenemos remedio.