Perdón histórico
Acerca del caso abierto por el gobierno mexicano, cabe hacer una consideración previa. Arranca de un error básico: interpretar su historia como una lucha entre indígenas (mexicanos) y españoles
El «perdón histórico», como la «memoria histórica» de la que forma parte, es algo que hay que poner bajo sospecha, o mejor, tirarlo a la basura como algo molesto e inservible. La acción de perdonar es una de las más nobles que puede realizar una persona, y cabe hacerse de manera unilateral, aunque solo se consuma con el arrepentimiento y solicitud de perdón por el ofensor. Pero exigir a este la petición de perdón parece actitud resentida y algo mezquina. Pretender que la culpa se extiende a los grupos y a los sucesores del culpable es propio de un pensamiento irracional, mágico. Ni Felipe VI ni los españoles vivos son responsables de los actos realizados por Isabel y Fernando o por Fernando VII. Pensar que Einstein y Netanyahu son responsables de la muerte de Cristo por ser judíos es algo que solo a una mente extraviada se le puede ocurrir. Es como responsabilizar a Adenauer de los horrores nazis. Los crímenes no son algo que se transmita por herencia. Eso forma parte de una mitología hebrea y de otras. ¿Pecó él o pecaron sus padres?
Acerca del caso abierto por el gobierno mexicano, cabe hacer una consideración previa. Arranca de un error básico: interpretar su historia como una lucha entre indígenas (mexicanos) y españoles. Guste o no, México no forma parte de España, pero es una realidad española. La independencia no fue una guerra de liberación de los indígenas, sino un conflicto civil entre los gobernantes criollos (españoles) y la Corona española, que aprovechó algunas mentiras y la existencia de un gobierno deplorable en España. Ni Bolívar ni los demás dirigentes independentistas fueron indígenas, quienes, por cierto, en su mayoría permanecieron fieles a la Corona. No hay conflicto histórico posible entre España y México.
La determinación de los hechos de la conquista es algo que compete, sobre todo, a los historiadores y nunca a esa ficción ideológica de la «memoria histórica». Fue una mezcla de usos, en general buenos, y de abusos. Sobre los usos, cabe recordar, entre otros, la legislación de Indias, los debates teológicos, y la consideración de los indios como personas. Las Indias nunca fueron colonias, sino virreinatos. Claro que se cometieron abusos y crímenes, pero siempre en contra de las leyes españolas. Ya en 1493, antes del segundo viaje de Colón, la Corona dejó claro que esperaban que él y sus lugartenientes trataran a los indios «muy bien e amorosamente» y que todo aquel que tratara mal a los indios debería ser castigado con severidad. El balance creo que no ofrece dudas. Suponiendo que debiera hacerlo, que no es el caso, no sé de qué tendría que pedir perdón España, si del idioma, la religión, las universidades, las instituciones, el arte, e incluso, por ejemplo, por Octavio Paz y Carlos Fuentes. Entiendo que López Obrador no ignora el origen de sus apellidos.
La primera constitución americana fue democrática y liberal, y española: la Constitución de Cádiz de 1812. México es mestizo, pero seguramente más español que indígena. Y no sin dolor debo decir que su situación social y política no ha mejorado desde la independencia. Centenares de miles de mexicanos intentan pasar la frontera del «abominable» vecino del Norte. A menos que del narcotráfico y la violencia deba responder también Cortés.
En cualquier caso, el mérito y la culpa no se transmiten hereditariamente. Los crímenes los cometen sus autores y no entidades colectivas a las que puedan pertenecer. Además, esto de los perdones históricos conduce al absurdo que nunca termina. España podría exigir la petición de perdón a Arabia Saudita por las invasiones de 711 o a Italia por la conquista romana y el sitio de Numancia, o Bélgica a España por las guerras de Flandes, y así hasta el infinito.
Todo esto, como tantas cosas, nace de la ignorancia que se expande a ambas orillas del Atlántico. La parte más ignorante del hemiciclo español se apresura a acudir a la investidura de la presidenta de México. Supongo que pedirá perdón. ¿De dónde nace esta pretensión mexicana? Hacer juicios de intenciones siempre es un poco aventurado. Propongo dos respuestas compatibles. Hay que desviar la atención de los problemas domésticos, y es menester hacer una concesión más a la nueva ideología dominante en la izquierda radical mundial: el movimiento woke del que forma parte el indigenismo. Uno debe pedir perdón por el mal que ha hecho y, por cierto, también por el bien que ha dejado de hacer, pero no existe el «perdón histórico».