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Enrique García-Máiquez

660 años no es nada

Fundado por el cardenal Gil de Albornoz en 1364, el Real Colegio de España en Bolonia no sólo destacó en las armas y en la diplomacia, sino también en la beneficencia académica

El Real Colegio de España en Bolonia ha celebrado su aniversario. Nos sumamos a la fiesta, multiplicada por 660 años. Yo no he sido colegial de la vetusta institución ni siquiera conozco el edificio, pero, melancolía aparte, estoy tan orgulloso como el que más haya disfrutado de una beca. La existencia de esta institución es una gloria nacional.

Su antigüedad ya es un magnífico mensaje de rabiosa actualidad para este mundo líquido. Se pueden crear cosas que perduren siglo sobre siglo. No todo se lo llevan las modas y las crisis.

Fue fundado por el cardenal Gil de Albornoz en 1364. O sea, que este noble prelado del siglo XIV, arzobispo de Toledo, no solo destacó en las armas y en la diplomacia, sino también en la beneficencia académica, que es una de las más altas caridades que pueden hacerse. De más que pan vive el hombre.

La misión del Real Colegio de España fue, es y será becar a españoles para que estudien en la entonces universidad más prestigiosa de Europa, que ahí sigue felizmente también. La beca implica una aspiración a la excelencia. Véase: a todos los becados se les hace un traje a medida, para que vayan vestidos por la vida boloñesa como exige la alta dignidad de colegiales, españoles y académicos. El traje conlleva, como debe de ser, una capa española. Los colegiales, por el traje y la capa, por el edificio y también por la cadena ininterrumpida de prestigiosos colegiales, se saben inmersos en una venerable tradición. Eso ya vale medio doctorado.

Otra lección de Gil de Albornoz fue su patriotismo. Vio que lo que nuestra nación necesita son cabezas pensantes, formadas y trabajadoras. ¿No habría necesidades materiales en la España del siglo XIV? Por supuesto, pero también intelectuales y todas merecen atención, sobre todo si los intelectuales luego van a sentirse impelidos a ayudar a su patria en todos los órdenes.

El Real Colegio de España en Bolonia nace y continua una maravillosa colaboración, que deja otra perentoria enseñanza. Fundado por un cardenal, en su patronato se encuentran el rey de España, el duque del Infantado, el arzobispo de Toledo y el embajador de España en Roma. O sea, que su constitución mixta habría hecho las delicias de Polibio, Aristóteles, Cicerón, Burke y López-Amo. Monarquía, aristocracia y pueblo (representado por el Estado, representado por el embajador) se dan cita en el gobierno del Real Colegio, que, además, es un magnífico ejemplo de la fecundidad de la relación entre Iglesia y Estado.

Siguen amontonándose las razones de orgullo. ¿Cómo dejar atrás la belleza de la casa, como un bastión contra el feísmo imperante? ¿Y el amor por Italia, tan constitutivamente español? ¿Y los ejemplos de lealtad de tantos antiguos colegiales que llevan su paso por Bolonia como un timbre de prestigio, y hacen bien, y como una responsabilidad con el futuro de la institución, y hacen mejor?

De un tiempo a esta parte, hay algunas ambiciones estatales de hacerse con el control del Real Colegio. Sería una desgracia. Perdería su espíritu ipso facto y dejaría de ser un ejemplo insigne, que nos hace mucha falta, de que la nación no es el Estado. La propiedad privada puede contribuir al bien común con una eficacia insuperable. El Real Colegio de España no nos cuesta un euro de impuestos. No solo es mentira que de los impuestos todo se vaya a la Educación y a la Sanidad, como dicen para que nos dejemos gravar, sino que también se hacen cosas para la educación que no necesitan impuestos.

Se entiende que algunos se pongan nerviosos con el Real Colegio de España en Bolonia, pero no se entendería que todos los demás no lo celebrásemos y no lo defendiésemos como cosa nuestra. Hay que ir por otros 660 años más.