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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El día que fui Juan Benet

Volábamos hacia Moscú en un vuelo compartido por Iberia y la «Japan Air Lines». La mitad de las azafatas japonesas y la otra mitad, como es obvio, todavía españolas. Ahora serían «estatales confederadas». Mis compañeros de viaje eran Antonio Burgos y Pepe Oneto. Iberia, todavía «Líneas Aéreas de España» —a punto de cambiar su casi centenaria denominación por «Líneas Aéreas Estatales y Confederadas»— tuvo la feliz idea de editar una colección de libros de autores españoles que se ofrecían gratuitamente a los pasajeros de primera clase y clase preferente. Se exhibían en una pequeña estantería a disposición de los clientes. El avión era un «Jumbo 747», y creo recordar que el «Cervantes», porque los cinco primeros «Jumbo» de Iberia se bautizaron con los nombres de los maestros de nuestro Siglo de Oro literario. El «Cervantes», el «Quevedo», el «Góngora», el «Lope de Vega» y el «Calderón de la Barca». El vuelo Madrid-Tokio hacía escala en Moscú, nuestro destino, cuando todavía —secuelas del comunismo—, el aeropuerto de Shremetievo olía a repollo. Coincidió nuestro viaje con un plan quinquenal comunista que promocionaba el repollo, los pantalones marrones, los zapatos grises y los calcetines verdes, todo muy ilusionante.

Barca

Entre los libros que se ofrecían gratis los había de Cela, García Lorca, Pérez-Galdós, Gustavo Adolfo, y otros autores, como Juan Benet, que contaba con el apoyo de la retroprogresía de Prisa. Juan Benet (Q.E.P.D.) a mí, y lamento reconocerlo, me parecía un tostón de escritor.

'El aire de un crimen', 'Herrumbosas lanzas' y demás somníferos. Parecida opinión tenían los usuarios de los 'Jumbo', porque en la vitrina de ofrecimiento solo quedaban libros de Juan Benet, sobre todo, decenas de ejemplares de 'Herrumbosas lanzas'.

Nos aproximábamos a Moscú, y eché una cabezadita. Dormía plácidamente cuando unos suaves toquecitos en mi brazo izquierdo me animaron a abrir los ojos. Y me encontré con una pequeña azafata japonesa que me solicitaba una dedicatoria en un ejemplar de 'Herrumbosas lanzas'. Todo tiene una explicación. Aprovechando mi modorra, mis compadres Antonio Burgos y Pepe Oneto informaron a las sobrecargos japonesas que yo era Juan Benet. Y como los japoneses son tan extraños, a los pocos minutos tenía cola para firmar ejemplares de 'Herrumbosas lanzas', libro que abandoné en la página 11 cuando intenté, años atrás, su lectura. Creo que Juan Benet jamás tuvo tanto éxito de firmas. La veintena de libros que quedaban en la estantería, todos del pedante escritor-ingeniero, los firmé en su nombre. Y todos ellos, a azafatas, sobrecargos y viajeros japoneses. Mi venganza se cumplió en Moscú, en un restaurante animado por una afinada orquestina. Aprovechando una breve estancia compartida de Antonio y Pepe en los lavabos del restaurante para desaguar urgencias, convencí al jefe de la orquestina que Antonio y Pepe, ya retirados, fueron grandes maestros del baile flamenco, Pepe el de las Salinas —era de San Fernando, Real Isla de León—, y Antonio, el Terremoto de Triana. Cuando volvieron al salón, los de la orquestina les dedicaron mientras aplaudían los rusos, que no se enteraron de nada, la canción «Valencia es la tierra de las flores». Yo aplaudí frenéticamente y tuvieron que saludar a un público contagiado por el entusiasmo.

Mi venganza por hacerme pasar por Juan Benet se cumplió. Llegada la noche —Moscú era noche de tristeza durante todo el día—, Juan Benet, Pepe el de las Salinas y Antonio el Terremoto de Triana, conseguimos, a duras penas, encontrar el rumbo del hotel. Nos cruzamos con un militar, y Pepe Oneto, se llevó la mano derecha a la sien mientras le saludaba con un «a sus órdenes, mi sargento». Fue correspondido por el amable militar ruso.

Quien escribe fue, durante una hora, Juan Benet, y gracias a mí, Tokio se sintió invadido por herrumbosas lanzas.