Ascensores
Anteayer, lady Fundraising, en la sede de CaixaForum en Madrid –unos pelotas los de CaixaForum–, ofreció una conferencia para captar alumnos para su nuevo curso –hay que reconocer que tiene un par de dídimos–
Enrique García Álvarez fue un genial escritor sevillano, autor de teatro, encuadrado en la llamada «Generación Simpática del 98», con Muñoz-Seca, Arniches, los hermanos Quintero, Abati y Antonio Paso, entre otros. Su autorretrato epigramático lo dice todo.
Confieso con harto afán,
Y sentimiento profundo,
Que soy el más holgazán
Que Dios ha puesto en el mundo.
Y sentimiento profundo,
Que soy el más holgazán
Que Dios ha puesto en el mundo.
Firmó con don Pedro Muñoz-Seca una decena de comedias, todas de éxito. En invierno y primavera se instalaba en su piso de Sevilla, en el que vivía con su madre. Escribía en una taberna en la que sus amigos no dejaban de interrumpir su inspiración, y él lo agradecía, porque la creación literaria, a pesar de su talento, le aburría. Una mañana, entró en la taberna un policía municipal, encargado de darle la terrible noticia: –Don Enrique, el ascensor de su casa, con su madre dentro de él, se ha desplomado, y su madre ha fallecido–. Y García Álvarez, recuperó la plumilla, la introdujo en el tintero y en una cuartilla, escribió.
No me queda más consuelo,
Dentro de este gran dolor,
Que ver que has subido al Cielo
Madre mía, en ascensor.
Dentro de este gran dolor,
Que ver que has subido al Cielo
Madre mía, en ascensor.
Hoy, los ascensores han evolucionado. En la calle de Zumalacárregui, número 1, de San Sebastián, un vecino octogenario que vivía en el quinto piso, subía pacientemente por las escaleras cuando llegaba a su casa. En una ocasión, mi padre, intrigado, le preguntó: –¿Porqué no usa el ascensor?–; y el vecino octogenario respondió de inmediato: –Porque soy el dueño de la fábrica que los hace y los instala–.
Ahora todo es diferente. Anteayer, lady Fundraising, en la sede de CaixaForum en Madrid –unos pelotas los de CaixaForum–, ofreció una conferencia para captar alumnos para su nuevo curso –hay que reconocer que tiene un par de dídimos–. Buscaba nuevos clientes para el único máster que le queda. El curso ofrecía grandes atractivos desde su mera enunciación. 'Activismo 4.0: La generación Z y el futuro del tercer sector'. Poca expectación. Sólo la primera fila del salón de actos estaba medio ocupada, y se habían conectado online una treintena de curiosos. Para evitar los pitos y abucheos de la calle soberana, llegó con antelación en un coche con las lunas tintadas, y ocupó el ascensor de los coches, que esa gente de CaixaForum es muy previsora. –Vamos a esperar a que se llene el salón–, le anunció uno de los organizadores cobistas. Pero a la hora fijada, no había en la sala más de quince personas. El importante y desapacible acto tenía como objeto «explorar cómo la generación Z está transformando el tercer sector y el activismo social». Y Lady Fundraising tomó la palabra, y más de la mitad de los que ocupaban la otra mitad de la primera fila, se incorporaron y se largaron a la tienda del CaixaFórum donde se ofrecían recuerdos de una exposición de dinosaurios. Los espectadores que permanecieron en sus asientos de primera fila, más que aspirantes a matricularse en el máster, eran policías adscritos a la seguridad del palacio de la Moncloa.
La codirectora Gómez explicó en su particular idioma la tontería que patrocinaba con el dinero de CaixaForum, hizo un gesto, se acomodó en el coche, bajó en el ascensor automovilístico, y se perdió por las calles de Madrid como si nada hubiera pasado.
Efectivamente, ahí no pasó nada de particular. El público abarrotaba la tienda, y no se cubrió la demanda exigida para que el 'Máster Activismo 4.0. La generación Z y el futuro del tercer sector' pudiera desarrollar su interesante objetivo, conclusión tan insatisfactoria que, según parece, hasta los pelotas de CaixaForum, han decidido suspender el curso.
Y al llegar a La Moncloa, su queja: –Pedro, hay que instalar un ascensor para coches. El curso bien. Mucha gente. Y dinosaurios. Te quiero, Pichón”.
–Y yo a ti, mi Pichona–.
Ahora todo es diferente. Anteayer, lady Fundraising, en la sede de CaixaForum en Madrid –unos pelotas los de CaixaForum–, ofreció una conferencia para captar alumnos para su nuevo curso –hay que reconocer que tiene un par de dídimos–. Buscaba nuevos clientes para el único máster que le queda. El curso ofrecía grandes atractivos desde su mera enunciación. 'Activismo 4.0: La generación Z y el futuro del tercer sector'. Poca expectación. Sólo la primera fila del salón de actos estaba medio ocupada, y se habían conectado online una treintena de curiosos. Para evitar los pitos y abucheos de la calle soberana, llegó con antelación en un coche con las lunas tintadas, y ocupó el ascensor de los coches, que esa gente de CaixaForum es muy previsora. –Vamos a esperar a que se llene el salón–, le anunció uno de los organizadores cobistas. Pero a la hora fijada, no había en la sala más de quince personas. El importante y desapacible acto tenía como objeto «explorar cómo la generación Z está transformando el tercer sector y el activismo social». Y Lady Fundraising tomó la palabra, y más de la mitad de los que ocupaban la otra mitad de la primera fila, se incorporaron y se largaron a la tienda del CaixaFórum donde se ofrecían recuerdos de una exposición de dinosaurios. Los espectadores que permanecieron en sus asientos de primera fila, más que aspirantes a matricularse en el máster, eran policías adscritos a la seguridad del palacio de la Moncloa.
La codirectora Gómez explicó en su particular idioma la tontería que patrocinaba con el dinero de CaixaForum, hizo un gesto, se acomodó en el coche, bajó en el ascensor automovilístico, y se perdió por las calles de Madrid como si nada hubiera pasado.
Efectivamente, ahí no pasó nada de particular. El público abarrotaba la tienda, y no se cubrió la demanda exigida para que el 'Máster Activismo 4.0. La generación Z y el futuro del tercer sector' pudiera desarrollar su interesante objetivo, conclusión tan insatisfactoria que, según parece, hasta los pelotas de CaixaForum, han decidido suspender el curso.
Y al llegar a La Moncloa, su queja: –Pedro, hay que instalar un ascensor para coches. El curso bien. Mucha gente. Y dinosaurios. Te quiero, Pichón”.
–Y yo a ti, mi Pichona–.
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