Por qué debemos estarle agradecidos a Begoña
No se rían, pero la 'presidenta' ha hecho más que nadie por ayudarnos a entender el signo de los tiempos
Hay una parte del begoñismo que se nos ha pasado por alto, centrados casi en exclusiva en su evidente progreso a la vera del marido, que va de Kennedy por la vida y apenas llega a la mitad del binomio conformado por «Los amantes de Teruel».
Y es que, más allá de su descarada explotación de su condición de first lady, que convoca a rectores en La Moncloa y asocia a multinacionales a su cátedra de chichinabo por ser quien es, inspira al Gobierno con su cháchara sostenible, transformadora, competitiva y circular, entre otras gansadas soltadas con una solemnidad impostada que bien podría formar parte del guion de «Amanece que no es poco».
«Todos somos contingentes, pero tú eres necesario».
El cacareo de Begoña, que reapareció en un acto público para resarcirse de una persecución inexistente y sentirse víctima de un complot fabulado por su Don Juan para tapar sus vergüenzas, conecta de manera escabrosa con la agenda política del Gobierno y, aún más, con la de la Unión Europea.
Sirva esta frase, extraída literalmente de su participación en un foro el pasado martes, tres días después de comparecer con Casanova en el Festival de Cine de San Sebastián para que Pedro Almodóvar les hiciera la pelota y se colocara muy alto en la lista de espera de trasplantes de rodillas.
«Hoy queremos ehhhh… conversar… sobre ésta… éste… ay, perdonad, conversar, conversar sobre cómo ellos, protagonistas, quieren prevalecer, actuar, sobre este colectivo, y buscar esa colaboración».
Al parecer, se refería a los jóvenes, aunque el dadaísmo cateto valdría para la transición ecológica, el lenguaje inclusivo, el tercer sector, el modelo productivo y cualquiera de las piezas de bisutería que empapan el discurso político hasta hacerlo insoportable y, al mismo tiempo, vinculante.
Nadie sabe del todo por qué le pasa lo que le pasa en su día a día, que se resume muy fácilmente: paga más que nunca y obtiene menos que nadie, afronta cada mes como una etapa del Tour con siete puertos de categoría especial, presencia cómo valen todos los formatos de familia menos el suyo, se ve señalado como culpable del deterioro del planeta, la resurrección del fascismo o la desaparición del pingüino de Humboldt y constituye una amenaza a la convivencia aunque vive pensando en el partido del sábado, la paella del domingo y esa pizca de salud y felicidad en los suyos que hace que todo sacrificio merezca la pena. Una vida humilde, pero al parecer peligrosa.
Nos hemos fijado mucho en si a Begoña le regalaron una cátedra equivalente a darle la dirección general de la Policía al Dioni o la de la Real Academia de la Lengua a Belén Esteban, pero se nos ha pasado por alto lo realmente importante de su existencia.
Ella sola simboliza la delirante agenda política del momento, que es una agresión al sentido común, una criminalización de la normalidad y una persecución de ese cierto orden natural que no regula del todo la vida pero nos da unas pistas para comportarnos en estos mundos de Dios.
Cuando Begoña se atreve en público a plantear un debate con no sé quién y nos reímos, estamos aceptando que luego llegue la Unión Europea y plantee la ruina del campo y del mar como requisito indispensable para seguir hablando, que nos claven mil impuestos ecológicos nuevos mientras se disparan las compras de gas a Rusia, que comamos insectos repugnantes en lugar de proteínas cuadrúpedas y, en definitiva, que una élite escapada de una película de José Luis Cuerda convierta sus estupideces, y sus negocios, en un nuevo catecismo de obligado cumplimiento, so pena de ser tildados de herejes por una inquisición tonta, pija y más inútil que los retrovisores de un avión.
A Begoña hay que darle las gracias, sorprendentemente: ella nos ayuda sin querer a tirar del hilo de Ariadna, para llegar al final de la madeja y descubrir que allí solo hay idiotas con galones armados con el BOE.