Ese derecho al salvajismo
Hay en el deporte, y, en concreto, en el fútbol, una curiosa moral que defiende el sagrado derecho al salvajismo de los espectadores
Hace unos días, Vinicius Junior, jugador del Real Madrid, hizo el gesto de pedir silencio al público en un estadio que le llevaba abucheando e insultando desde el inicio del partido. El gesto provocó un gran debate, y no sobre el comportamiento del público, sino sobre el jugador. Porque ese gesto, decía una buena parte de los opinadores, era una provocación, una muestra de la agresividad y mal estilo del jugador. O que silbar e insultar a un jugador es un respetable e inalienable derecho de los espectadores de los estadios de fútbol, y el silencio es el único derecho del jugador.
Pongo el ejemplo de un jugador de mi equipo, el Real Madrid, pero esto mismo ocurre con jugadores de cualquier equipo, sobre todo de los ganadores, cuya obligación de silencio ante los insultos es al parecer aún mayor que la de los equipos modestos. En una extendida convención sobre la ética del comportamiento que se aplica caprichosamente en el deporte, aunque no siempre, pero se cuestiona en otros ámbitos. Por supuesto, la cosa cambia cuando de las agresiones verbales se pasa a las físicas; entonces, todo el mundo se rasga las vestiduras por aquello de los ultras del fútbol, la violencia que debemos erradicar y todo lo demás.
Pero hasta que la sangre llega al río, hay en el deporte, y, en concreto, en el fútbol, una curiosa moral que defiende el sagrado derecho de los espectadores al salvajismo. Sí, es cierto que ese derecho ya ha sido limitado cuando las barbaridades son racistas; pero siempre que se evite el racismo, hay barra libre. No hay más que ver lo que ocurre en muchos estadios de fútbol cada fin de semana. Libertad de expresión para el insulto ilimitado. Y condena por provocación al jugador que ose quejarse, indignarse y responder a los salvajes.
Lo llamativo es que los mismos que defienden lo anterior se quejan al mismo tiempo de la violencia verbal en otros ámbitos, las redes sociales, por ejemplo. Y claman por la necesidad de acabar con esa escalada de agresiones en los foros de debate, en general amparadas en el anonimato. Es tu derecho si lo haces en el anonimato de la masa de un estadio de fútbol, pero vaya problema que tenemos si lo haces en el anonimato de las redes sociales.
Igual de llamativa es la «contradicción de género» de todos los anteriores. Porque vale agredir verbalmente a los futbolistas, pero no se te ocurra hacerlo con las futbolistas. De hecho, en los días en que presentaban a Vinicius como un provocador por responder a quienes le insultaban, los mismos medios destacaban con gran preocupación la «terrible» noticia de que la futbolista Jenni Hermoso había recibido unos mensajes ofensivos en sus redes sociales, mensajes que la futbolista denunció públicamente. O que la masa salvaje puede insultar como le parezca a los chicos, pero no a las chicas, que esas juegan al parecer en otra liga moral.
Curiosamente, ni a los políticos hombres se les aplican estándares tan duros de resignación ante los ataques. Y eso a pesar de su obligación de someterse a la crítica de los ciudadanos que les han elegido y acatan sus decisiones. Pero el deporte, y en especial el fútbol, es ese lugar para la libre expresión de la masa salvaje. Y luego nos extrañamos de la violencia en el fútbol.