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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La Reina Sofía

Este gobierno no da puntada sin hilo, y en Robles anidaba un indisimulado deseo de afear la conducta de Don Juan Carlos, mitad claro responsable de unas circunstancias que jamás debieron producirse, mitad víctima de una campaña oportunista de la izquierda política y mediática

Aunque las palabras amables son siempre de agradecer, me malicio intenciones inconfesables en el enfático discurso del lunes de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el acto de la patrona de la UME que presidió la Reina Sofía. Usó su alocución oficial para ir más allá de lo que debería haber sido un reconocimiento del incansable apoyo de la madre del Rey a las Fuerzas Armadas; quiso Robles que se interpretara su mensaje como un discurso de sororidad, de solidaridad con Doña Sofía, en el marco de los audios que se están difundiendo de su marido, el Rey Juan Carlos. Conociendo a Pedro Sánchez, el Gobierno a buen seguro buscaba justo lo contrario de lo que pareció al declarar su cercanía a la Reina madre: dejar al descubierto el comportamiento poco ejemplar del anterior jefe del Estado.

Este gobierno no da puntada sin hilo, y en Robles anidaba un indisimulado deseo de afear la conducta de Don Juan Carlos, mitad claro responsable de unas circunstancias que jamás debieron producirse, mitad víctima de una campaña oportunista de la izquierda política y mediática. Si en las palabras de Robles había algo de sinceridad, bienvenida sea, pero el camino más directo para apoyar a Doña Sofía, y con ella a su hijo y a la institución, es no acosar a la Corona, como hace este Gobierno, y sí respetar su labor institucional. ¿Cómo?: no despenalizando las ofensas a Don Felipe, ni dando alas a la izquierda radical y a sus mariachis separatistas y bilduetarras para acabar con la Monarquía e imponer la República. Y, sobre todo, convenciendo a su presidente de que él no es el jefe del Estado ni Begoña la primera dama ni está entre sus competencias ningunear la excelente labor que hace nuestro Rey. Ese es el camino, señora Robles.

En todo caso, es bueno subrayar la magnífica trayectoria de la esposa de Juan Carlos I. Por algo pulveriza las encuestas de apoyo ciudadano cada vez que se pregunta sobre su dimensión histórica. Una mujer, ahora que se habla del feminismo de la señorita Pepis de Irene y las suyas, que respalda las causas de los más desfavorecidos, que ha sido el alma de fundaciones como la de Ayuda contra la Drogadicción, que ha visitado los países más pobres del planeta para defender a las mujeres sin recursos, que enarboló el ecologismo y la causa animalista cuando todavía no se imponía como una nueva y ventajista religión, y que no ha perdido un ápice de dignidad a pesar de las embestidas recibidas.

Ella es de las pocas figuras públicas por las que se baten palmas, una con otra, y no en la cara del adversario. En la España de Sánchez, donde la Monarquía debe expiar culpas interesadamente agrandadas con destierros vergonzosos y disfraces plebeyos, todavía la gente agradece, como ayer a las puertas del Real Casino de Madrid, los servicios prestados por una mujer, nacida princesa griega y hoy madre de nuestro Rey, que ha sido determinante, desde su discreción y buen hacer, en la última historia de éxito de España, sepultada por los adanes que nos gobiernan. Y nada de eso se engrandece con palabras oportunistamente empáticas en un momento triste para Doña Sofía.

Es el ostracismo al que se la ha mandado en España un ejemplo claro de la decadencia que vivimos. En países como Noruega, Dinamarca, Suecia u Holanda, figuras como Sonia, Margarita, Silvia o Beatriz, algunas consortes y otras que ostentaron la jefatura del Estado, son respetadas y veneradas por ser la historia de esas naciones, depositarias de los últimos destellos de las monarquías parlamentarias que han llenado de prosperidad y democracia los últimos cincuenta años de Europa. Aquí, salvo en contadísimas ocasiones, la presencia pública de Doña Sofía es cada vez más escasa y en muchas ocasiones pasto de crónicas bastardas sobre su atribulado matrimonio.

Así que menos palabras huecas, propia del consultorio de la señora Francis, y más hechos, señora ministra. Usted sabe de lo que hablo.