Los gritos deben llegar hasta la A-6
Esa sonrisa forzada, un tanto desencajada, empieza a reflejar que al personaje se le está tambaleando su circo de tres pistas
En el mundo laboral existen dos tipos de jefes: los que gritan y los que no gritan. Personas que pasaron de refilón por el puesto de mando palaciego cotillean que el personaje es de los primeros. Gasta un pronto polvorilla, con propensión a brotes de ira súbitos, unos raptos coléricos que dejan demudados a sus asesores (que son legión, pues ostenta el récord de fontaneros de nuestra democracia).
Si saliendo o entrando de Madrid por la carretera de La Coruña escuchan ustedes estos días unos extraños alaridos no se asusten, que no es el yeti. Lo más verosímil es que provengan de la Moncloa. Al personaje se le está complicando tanto la situación que los gritos deben escucharse hasta en la A-6 a poco que se aguce la oreja.
El aprendiz de autócrata había recurrido a todo. Anunció unas «leyes de fortalecimiento de la democracia» para amedrentar a los medios que habían destapado las andanzas de su familia y las del PSOE durante la covid. Marlaska cambió raudo al director de la Guardia Civil, que dejaba a la UCO hacer su trabajo, para situar a una leal adepta capaz de controlar los tiempos de las investigaciones. Los ministros han acosado a coro al juez Peinado, poniéndolo a parir cada vez que veían un micrófono (incluidos los magistrados de carrera Marlaska y Margarita). La Fiscalía lo ha dado todo para defender a La Famiglia. La Abogacía del Estado ha sido obligada a actuar contra el juez que investiga a Begoña como si fuese un instrumento más de Ferraz…
Pero aún así, a pesar de toda esa presión desde el poder, el lodo le llega al cuello al autodenominado líder de «la coalición progresista». Se le está poniendo cara de mal pronóstico político.
Ahora que en los cines estrenan Joker 2, en el largo debate de ayer en el Congreso volvió a verse esa sonrisa forzada, un tanto desencajada, que parece homenajear al personaje. Se reía una y otra vez Mi Persona mientras la oposición lo iba situando frente al espejo de sus múltiples problemas. Pero tanta risa solo era la máscara de un pato cojo.
El circo de tres pistas del gran aventurero de nuestra política empieza a resquebrajarse. No es extraño que pierda el temple con sus colaboradores, porque ya nada le sale bien. Políticamente solo ha aprobado una ley desde junio de 2023 (y para eso una hedionda: una amnistía al dictado de Puchi). Los presupuestos están en el alero. La prensa guiri de campanillas lo tacha de «amenaza para la democracia». El fiscal general, el fámulo socialista García Ortiz, está a un paso de ser imputado. Tras el informe de la UCO que se conoció ayer, Ábalos también hará en breve el paseíllo a los juzgados. El chanchullo fiscal portugués del maestro errante, el hermanísimo Azagra, se está enrareciendo cada vez más. Begoña ya no es catedrática extraordinaria, aquellos que recibieron la llamada suprema para enchufarla la dejan ahora compuesta y sin sus másteres. Pero además la jugada de intentar maniatar al juez que la investiga le ha salido mal al aprendiz de autócrata. Resultó que España todavía no era Venezuela y que perdura la justicia independiente.
Ábalos no era un cualquiera en el PSOE. Era la mano derecha política del personaje. Era el colaborador imprescindible que le ayudó a asaltar el poder con solo 85 escaños merced a una execrable alianza con los golpistas de 2017. Era el tipo que bailaba con Delcy en las madrugadas de la T4. Era el muñidor que conocía todos los enjuagues del partido. Era un tarambana al que el propio PSOE se aprestó a expulsar de sus filas cuando empezó el mal llamado caso Koldo. Fue una operación profiláctica para proteger al líder supremo que ahora vemos que no ha dado resultado.
La risa es cada vez más crispada. No va a acabar bien. Pero entre tanto se volverá más peligroso que nunca. Es de los de morir matando.
Llega Joker 2, «una historia basada en hechos reales».