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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La dama que perturbó el desfile

El desfile se puso en movimiento. Y les llegó el turno a las fuerzas que desfilaban a pie. Cuando se aproximaban a la tribuna presidencial las marciales damas sanitarias, su capitán perdió el tacón de su zapato izquierdo y trastabilló. No obstante, mantuvo el paso

Era oficial de las Damas de Sanidad Militar. Bellísima mujer, rubia como los chorros del oro. Gran deportista. Se llamaba —se llama, a Dios gracias—, Angustias Becerril Gil de la Cepilla. Aquel año, una compañía de Damas de la Sanidad Militar tomaba parte del Desfile de la Victoria bajo su mando. El calzado del uniforme de las Damas no era el más adecuado para desfilar por el Paseo de la Castellana, pero ellas siempre han sido bravas y valientes, y durante los ensayos lo demostraron. La capitán Becerril Gil de la Cepilla, era —y lo sigue siendo—, una soldado inflamada de patriotismo, y llevaba a sus subordinadas con mano de hierro y dulzura de 'Pierrot Gourmand', los célebres pirulís de la vecina Francia. Presidía el desfile el Generalísimo Franco y era ministro del Ejército el Teniente General Castañón de Mena.

Barca

Las damas, que adoraban a su capitán —en este caso puede escribirse 'capitana'—, Becerril Gil de la Cepilla, también sentían algo de temor a sus brotes de mal carácter. «¡Patosas, a ver si aprendéis a desfilar, que sois como las focas!». Brotes de cólera que duraban poco, pero caray, caray, caray.

El desfile se puso en movimiento. Y les llegó el turno a las fuerzas que desfilaban a pie. Como es lógico, todas las formaciones guardaban el mismo paso al ritmo de las marchas militares que sonaban en los altavoces, distribuidos por todo el recorrido. Cuando se aproximaban a la tribuna presidencial las marciales damas sanitarias, su capitán perdió el tacón de su zapato izquierdo y trastabilló. No obstante, mantuvo el paso. Pero era otro paso. Cambió el paso, no solo de su compañía, sino del grueso de las unidades que desfilaban detrás.

Ella cojeaba, lógicamente, pero la perturbación castrense provenía del contagio del paso cambiado originado por la pérdida del tacón de la capitán destaconada.

El Jefe del Estado, que aun siendo gallego ceceaba, le preguntó al ministro. —¿Cómo se llama eza oficial de Zanidad que ha cambiado el pazo a todo el dezfile?—; —Ahora mismo averiguo su identidad, Excelencia—; Lo cierto es que el desfile, en sus unidades posteriores, perdió marcialidad y empaque. Unos brazos subían al tiempo que otros bajaban, no coincidían los avances de las piernas, y si no llega a ser por la Legión, que cerraba el desfile a pie, aquello pudo terminar en un desastre.

—Excelencia, la capitán de Sanidad que ha montado el barullo, no lo ha hecho por su culpa. Ha perdido el tacón de su zapato izquierdo. Por otra parte, pertenece a una familia de bien y sobradamente patriótica—. —Puez ezo le ha salvado del arrezto. ¡Ha faztidiado el dezfile! Que sea degradada a zargento—.

La sargento Becerril Gil de la Cepilla es hoy una atractivísima mujer, gran campeona de cróquet y certera jugadora de golf. No obstante, por las noches rememora el grave momento y solloza. Un tacón mal pegado terminó con su brillante carrera militar. De vez en cuando, se transforma, y pega una torta a alguna de sus nietas, que está muy mal y queda bastante feo.

Todo, por un tacón mal pegado.