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Enrique García-Máiquez

¿Quién lo paga?

Hay que seguir la huella del dinero, no sólo para encontrar al culpable, como dicen los detectives, sino para encontrar también a las otras víctimas

Una de las frases más citada de Josep Pla es la que el sagaz ampurdanés exclamó cuando llegó a Nueva York. Viendo las luces de los anuncios encendidas de arriba debajo de los rascacielos, preguntó: «Y todo esto, ¿quién lo paga?». El honor recurrente lo merece la cita por la gracia que tiene, sobre todo si nos ponemos en situación. Seguro que el escritor iba por los pasillos del Mas Pla de Palafrugell apagando las escasas lucecillas mortecinas y que, aun así, le parecería tremebunda la factura de la electricidad cuando llegase cada dos meses. Lo estoy viendo.

Se cita mucho, pero se reflexiona poco. Y tiene su enjundia. Hay que seguir la huella del dinero, no solo para encontrar al culpable, como dicen los detectives, sino para encontrar también a las otras víctimas. El Estado de las Autonomías, por ejemplo, ¿quién lo paga? Las constantes ayudas a Marruecos, ¿quién las paga? Etc.

La cosa se hace más perentoria ante los casos de corrupción. Porque nadie se pregunta de dónde ha salido ese dineral que sí sabemos dónde se han metido. Todos nos ponemos a buscar al culpable máximo, le llamemos X como antaño o 1 como hogaño. Echamos cábalas sobre el silencio cómplice de Ábalos y nos hacemos ilusiones sobre que esto llegue a implicar una dimisión de Sánchez. Muchas ilusiones son ésas, me parece a mí.

Que nos distraen de la desilusionante realidad, esto es, de la pregunta inquietante: «Y esto, ¿quién lo paga?». Todo parece indicar que se han estafado, entre unas cosas y otras, millones hasta envergaduras propias de los ERE. Sin contar los gastos subsiguientes, esto es, los costes reputacionales como marca España, la ineficacia de nuestros dirigentes en sus funciones de administrar por estar tan distraídos distrayendo, el contagio de la corrupción… Nada más que en dinero directo que la banda parece haber sustraído las cantidades aumentan y todavía no han aflorado en su totalidad.

Muchas salen de los presupuestos y otras salen de los fondos reservados que salen de los presupuestos, pero los presupuestos, ¿de dónde salen, eh? De nuestros impuestos en una determinada cuantía y, sobre todo, del endeudamiento del Estado español. En resumidas cuentas, resulta que la corrupción de Ábalos y las de a quienes Ábalos avala las pagarán nuestros hijos. Por supuesto, recibiendo un país hecho unos zorros en todos los sentidos, pero también en dinero pendiente, contante y sonante. La factura se está preparando para las generaciones venideras.

Entre que muchos no quieren mirar más allá de la próxima convocatoria electoral y que hay cada vez más que, quizá por desesperanza, no quieren gestar ni criarle al Estado futuros contribuyentes, esto es, niños, lo cierto es que casi nadie denuncia esta herencia ruinosa que les vamos a dejar a los hijos que sí hemos tenido, felizmente.

Asumo que la protesta de este artículo y la de ustedes, si se quieren sumar, no va a tener mucho eco; y que los corruptos seguirán con sus correrías y los que no lo son continuarán exigiéndoles su dimisión, pero que nadie se acordará de los que van a recibir sobre sus espaldas un fardo pesadísimo de ineptitud y sinvergonzonería traducida en una deuda pública asfixiante. Yo pretendo poder decir a mis hijos que pensé en ellos todo el rato y que protesté siempre que pude.

No se me olvida, como me recordará algún lector, que los fondos europeos también han contribuido esencialmente a sostener a Pedro Sánchez en el poder y a alimentar sus corrupciones varias. Y eso también lo tendrán que pagar nuestros hijos, en la deuda, nuevamente, y también en una soberanía muy socavada. «La economía no va tan mal a pesar de todo», dicen los resignados y los partidarios de Sánchez. No va tan mal ahora, porque se alimenta del sudor y las lágrimas y un poco hasta de la sangre de los que vendrán. Qué impotencia.