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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Mi general

Usted es su ejemplo. Este ministro pasará como una anécdota maloliente, nefasta y florida. Usted, don Diego, como un héroe que supo defender su honor callando lo que probablemente sabe. Yo, desde mi modestia, le asciendo a general, como a don Manuel

Mi general de la Guardia Civil, don Diego Pérez de los Cobos. Con el mismo tratamiento de Mi General incluyo al también defenestrado por la vengancita histriónica a don Manuel Sánchez Corbí. Uno y otro se jugaron la vida a cambio de la tranquilidad y la libertad de millones de españoles. Permítame, mi General Pérez de los Cobos, que no me crea los motivos del ministro del Interior, presunto prevaricador, para no aceptar el ascenso, solicitado por la Guardia Civil en distintas ocasiones, de acuerdo a la valoración de los méritos de una trayectoria profesional y militar que siempre han sido respetados. Por ahí hay algo oscuro, que mi General ha tenido la caballerosidad del silencio y cuyo protagonista pudo ser el actual ministro del Interior.

Un resentimiento esquinero, vocinglero y bochero, que usted, mi General, jamás divulgaría ni divulgará. De otra forma, no se entiende el empecinamiento fecal que el ministro, juez y magistrado, le ha dispensado para impedirle su ascenso y llevarlo a la reserva cuando tenía por delante cuatro años más de servicio a España y a los españoles. Como el rencor demostrado al General Sánchez Corbí, su compañero de riesgos y quebrantos durante los años de plomo de la ETA en Inchaurrondo. Ustedes están retirados por haber servido a España con la lealtad inquebrantable de los grandes guardias civiles, mientras el ministro de los ataquitos histéricos, es el responsable, con el presidente del Gobierno, del poder que ahora tienen, a cambio de seguir manchando de injusticia, mentira y resentimiento, los espacios del Palacio de La Moncloa y el Ministerio del Interior. Usted, o vuecencia, mi General Pérez de los Cobos, como el también general empujado al olvido, don Manuel Sánchez Corbí, entregaron su juventud, como tantísimos compañeros, a la lucha contra los terroristas que, gracias a Sánchez y al ministro desarbolado, hoy son responsables de la Seguridad Ciudadana. Ustedes lloraron ante los cadáveres de los suyos, ignorando que sus asesinos, que son y fueron los asesinos de la libertad de España, hoy chantajean al Gobierno a cambio de unos votos manchados de sangre inocente que permiten al horterilla del tres cuartos y la capucha, seguir en La Moncloa.

Usted, o vuecencia, don Diego Pérez de los Cobos, se ha despedido de la jefatura de la Comandancia General de la Guardia Civil en Madrid, con el señorío, la grandeza, la sencillez, el aplomo ante la injusticia, el respeto a quienes no lo merecen, y el honor de su trayectoria, como sólo lo saben hacer los grandes señores de la Guardia Civil y la Milicia. A Vuecencia, como a don Manuel Sánchez Corbí, le han retirado obsesiones femeninas, no hechos. Los hechos en beneficio de España están sobradamente demostrados y por millones de españoles de bien, agradecidos, aunque en muchas ocasiones hayan colaborado desde la cobardía de los partidos políticos de la Oposición en la ignominia y la ingratitud. Usted, don Diego, como don Manuel, no han ascendido a generales por causas que solo los rincones de la venganza personal conocen. Usted ha sido retenido en su ascenso, por obedecer a rajatabla la orden de una juez, y no acudir como un soplón chismoso —que también los hay en la Institución—, en pos de favorcillos, zalemas y deshonores inconcebibles entre los que visten con orgullo el uniforme verde de la lealtad.

Sus palabras en su último acto como Comandante de la Guardia Civil en Madrid han sido las palabras de un héroe que acepta la injusticia antes que la venganza a la ofensa. Los tribunales de Justicia le han dado la razón en todas sus demandas, pero no han sido obedecidos por un ministro del Interior, antiguo juez, que ha decidido que su vengancita vuela por encima de la Justicia que él impartió y defendió. Cosas muy raras, don Diego; cosas muy raras, don Manuel. Todo se sabrá. Hoy, en las miradas de los miles de guardias civiles a sus órdenes, ha recibido la recompensa del respeto y la gratitud por toda una vida dedicada a la libertad y el derecho a vivir de los españoles. Usted es su ejemplo. Este ministro pasará como una anécdota maloliente, nefasta y florida. Usted, don Diego, como un héroe que supo defender su honor callando lo que probablemente sabe. Yo, desde mi modestia, le asciendo a general, como a don Manuel. Y si en un futuro, cae este Gobierno corrupto y gobierna España lo que es hoy la oposición, y ni usted ni don Manuel no son ascendidos, a destiempo y con el deber cumplido a generales de la Guardia Civil, esa oposición será colaboradora de la desvergüenza y la cloaca que hoy nos gobierna.

Don Diego y don Manuel. Que Dios, la Virgen del Pilar y la España buena —aunque mansa—, les premien por sus impagables servicios. El Honor es su divisa. Es deshonor, la divisa de los que mandan.