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VertebralMariona Gumpert

La vivienda: vuelta a la casilla de salida

Empobreced a vuestros trabajadores y consumidores, parece que no sepáis que son más que eso. Son ciudadanos. Son, ante todo, personas. Es el capital humano el que hace viable una nación

Perplejidades y sensación de déjà vu. La manifestación por el derecho a la vivienda resultó dolorosa. Imposible no evocar el 15M y su encubierto gatopardismo: cambiar todo para que nada cambie. También gobernaba entonces el PSOE, sin la desvergüenza de tener a ministros tuiteando con fuerza. «¡Que alguien haga algo!», nos flagelan, como si no fuera con ellos la cosa. ¿Recuerdan aquello del «Democracia real ya»? ¿Del hartazgo ante el bipartidismo? Es una lástima que nadie se fijara entonces que había algo ciertamente peor que la alternancia PP-SOE: que esta anduviera condicionada por quienes veían España como un mal menor, una vaca vieja a la que ordeñar para asegurar la prosperidad de sus mini naciones imaginarias.

Algo bueno surgió de todo aquello. Sabemos desde entonces que la izquierda en España no da más de sí, por más fundaciones y refundaciones que surjan como fruto de las protestas de turno. Lo que se mantiene, por desgracia, es la fe en esas ideas, que se hace siempre extensible a quienes dicen representarlas. En breve Sánchez cumplirá más tiempo que Rajoy en el gobierno. El llamado 'pueblo' ha permanecido callado hasta ahora, después de años de sobrar demasiado mes a fin de sueldo. De adultos condenados a compartir piso. De hijos que no pueden abandonar el techo paterno. De madres y padres divorciados condenados a la ruina económica. Sorprende que la manifestación –y la huelga de impago de alquiler con la que amenazan– se limite a este hecho puntual, el de la vivienda. Que la indignación circule paralela al ventilado de cloacas gubernamentales, como si pertenecieran a multiversos lejanos. Gracias a Zaplana ya saben qué responder cuando se comenta que quizá el PSOE y sus corruptelas, con Sánchez a la cabeza, no son la mejor opción de gobierno. Que quizá, ¡quizá!, no son demasiado de fiar.

Una de las claves para no darse a la bebida o al cinismo (falsa disyuntiva, por cierto) es contemplar, como quien va al zoo, a distintos tipos de ciudadanos echándose los trastos a la cabeza unos a otros. Como en la aldea de Astérix y Obélix. Algunos de los que están próximos a jubilarse se quejan de la juventud actual. Una panda de mimados, generación de cristal. ¿Se han preguntado quiénes criaron a estos veinteañeros? ¿Bajo qué políticas de educación y economía? Y los jóvenes, ¿de verdad creen que son los únicos afectados por el problema de la vivienda? ¿Piensan que sus mayores vienen de una arcadia en la que permanecen a costa de sus hijos y nietos? No le busquen tres pies al gato: llevamos décadas de empobrecimiento generalizado. Algunos siguen ondeando el lema de la agenda 2030, «no tendrás nada y serás feliz». Van a tener que esforzarse más los propagandistas, de momento no parece muy sugestiva la idea.

¿Y qué decir de quienes claman que la vivienda es un derecho fundamental? No espero que el ciudadano de a pie conozca rudimentos de filosofía del derecho o teoría política, bastaría con que le echara un poco de sentido común al asunto. El derecho a la vida es todavía más importante –aunque sea en términos de urgencia biológica–, y nadie obliga al panadero a proveernos de baguettes cada mañana. A este argumento se aferran los liberales más simplones para anular las justas quejas de quienes desean un techo sobre sus cabezas. «Tienes derecho al matrimonio, eso significa que puedes casarte, no que tengamos que proveerte de pareja». Se quedan más anchos que largos, tanto unos como otros. Parecen olvidar que la convivencia humana es un ecosistema. Expropiad viviendas, veréis cómo huye todo lo que hace viable y próspero un país. Acogeos a la entelequia de la mano invisible de mercado en un mundo lleno de oligopolios y de grandes potencias que se pasan dicha mano por sálvese la parte. Empobreced a vuestros trabajadores y consumidores, parece que no sepáis que son más que eso. Son ciudadanos. Son, ante todo, personas. Es el capital humano el que hace viable una nación.

Todo esto me recuerda a mis años en la Facultad de Filosofía. A caer en la cuenta de que casi todos los filósofos se hacen las mismas preguntas, y casi todos proporcionan las mismas respuestas. El quid radica en tener el olfato para saber cuáles son las más cabales. La capacidad para descubrirlas escasea. ¿Darlas a conocer? Misión imposible. Vayamos a lo fácil, siempre a lo fácil.