Cuando las cosas funcionaban
Según Joseph Joubert, gracias a la memoria podemos viajar contra el tiempo, mientras que el olvido nos condena a ser arrastrados por su corriente
He leído con enorme interés López Bravo, una biografía (Rialp, 2024) de Gabriel Pérez Gómez. Había leído del mismo autor Álvaro d’Ors, sinfonía de una vida, y llegaba entusiasmado. El libro de López Bravo es inferior. Hallo dos motivos. Primero, la vida de un político práctico acaba disolviéndose en realizaciones concretas, mientras que la de un intelectual de la talla de don Álvaro d’Ors tiene un argumento más intemporal y trascendente, que se acomoda mejor a una biografía. La segunda es que sobre López Bravo hay un libro previo Gregorio López Bravo visto por sus amigos (Editorial Laredo, S.A., Madrid, 1988) que cubre sus aspectos más personales y familiares. Parece como si Gómez Pérez se hubiese sentido apabullado por la perfección íntima de ese volumen de testimonios de primera mano, y se haya centrado en la labor política del ministro de Franco, asumiendo que escribía la mitad pendiente del retrato del ministro.
En cualquier caso, para el propósito de este artículo el libro de Gabriel Pérez es inmejorable. Las leyes de la llamada «memoria histórica» son, en realidad, una damnatio memoriae del franquismo, porque ni ETA ni el GAL ni el GRAPO ni la corrupción de los ERE reciben un tratamiento ominoso por prescripción legal. Esto tiene un efecto nocivo implícito que quizá sea el éxito mayor de esa legislación. Incluso los que nos fumamos un puro con la damnatio memoriae terminamos recordando a la contra, forzando el gesto, a la defensiva. Un mérito mayúsculo de López Bravo, una biografía es su tono menor, natural, indiferente en el sentido más elegante del término. No cae en ninguna excusatio, petita o non petita.
De hecho, dedica un capítulo entero, que leemos con sorpresa contemporánea, a las innumerables peticiones de enchufes o recomendaciones que recibía entonces un ministro, basándose a menudo en razones tan peregrinas como una coincidencia de apellidos. O se da mucho en España la combinación «López Bravo» o no quedó ni uno al que le hubiese tocado en suerte esos apellidos sin escribir al ministro. Aquella costumbre se contrarresta cuando nos enteramos de la difícil situación económica familiar de López Bravo cuando éste abandonó sus dos poderosos ministerios, de los que salió con lo puesto. También se recogen con naturalidad las tensiones políticas entre las distintas facciones del régimen, donde había más pluralidad política de la que nos han hecho creer. Por último, hay un capítulo que recoge una visita de López Bravo a Pablo VI. Se reproducen una carta al Papa de Francisco Franco, y el memorial de los acontecimientos posteriores del ministro, que justifican la compra del volumen. Con qué ejemplar fidelidad de hijos de la Iglesia, pero más a su conciencia, se comportan los españoles. Parece una página vibrante de la querella de las investiduras. Su contenido habría emocionado y estremecido a un güelfo blanco como Dante.
Aunque lo que justifica que le dediquemos un artículo de opinión es más sencillo. En el libro asistimos a una España que funcionaba, tanto en sus transportes, su industria y sus relaciones internacionales. El crecimiento y la eficacia se atisban entre líneas, mientras uno asiste a la relación detallada del incansable trabajo de López Bravo. El contraste con la realidad actual de España y la categoría de sus ministros cae por su propio peso. ¿Y si la damnatio mememoriae responde, más que al rencor, a la defensa propia de los políticos actuales?
Según Joseph Joubert, gracias a la memoria podemos viajar contra el tiempo, mientras que el olvido nos condena a ser arrastrados por su corriente. Como la de estos tiempos no baja limpia ni desemboca en buen puerto, hemos de ponderar libros como éste, que vuelven una mirada clara sobre un periodo reciente de nuestra historia en que las cosas funcionaban. Cuando esa mirada regresa nuestra situación presente, adquiere un valor político actual, tal vez irrenunciable.