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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El Everest

Me figuro que el motivo del homenaje ha sido su apoyo sobre los ocho mil metros de altura a la banda terrorista, no por haber subido hasta la cumbre del Everest, hazaña que también ha culminado, a los 87 años de edad –a punto de cumplir los 88–, mi querida tía, Magdalena Ussía

Leo con delicia reflichera que el club Athletic de Bilbao ha rendido público homenaje en San Mamés, en los prolegómenos de un partido de fútbol de la Liga Nacional española, a un individuo que ascendió al Everest con una «ikurriña» –que se traduce por banderola–, con las siglas de la ETA primorosamente bordadas en el haz y el envés de la heroica grímpola. El homenajeado se hizo acompañar de varios 'sherpas' vestidos de lujo que le acompañaron en el ascenso. Me figuro que el motivo del homenaje ha sido su apoyo sobre los ocho mil metros de altura a la banda terrorista, no por haber subido hasta la cumbre del Everest, hazaña que también ha culminado, a los 87 años de edad –a punto de cumplir los 88–, mi querida tía Magdalena Ussía, natural de Llodio, que no sólo alcanzó la cima del Everest, sino que, para celebrarlo, invitó al centenar de turistas que le acompañaron en el ascenso a compartir una paella entre las nubes. Ya sé que la paella es el recipiente, pero la costumbre ha obligado a admitir por la RAE que la paella es el arroz y la paellera el trasto en el que se cocina. Ignoro si el alpinista etarra homenajeado en San Mamés invitó a la muchedumbre que le acompañó a disfrutar de un bacalao al pil-pil, pero ello no resta mérito a mi tía, que subió hasta la más alta atalaya del Everest con una paellera colgada de su espalda. Hoy en día, subir al Everest, lo hace cualquiera.

En mi tertulia norteña, todos mis amigos han subido al Everest. Ricardo, Mani, Fito, Dani, Adolfo, Rubén y Jóse. También Begoña Posada de Llanes, y Pepe Carlos, y Raúl, y Sonia, la guardesa del coto asturiano, que abarca desde la Franca y el cementerio de Tresgrandas hasta las inmediaciones de Ribadesella. Y en todas nuestras reuniones, intentan convencerme para que me una a ellos en su próximo ascenso al Everest. «Es mucho más cansado y peligroso subir la sierra del Cuera que el Everest. Además, si lo hacemos en verano, nos sobra el niqui. Es una vergüenza que no hayas sido capaz de acompañarnos a esa tontería».

De ahí que no entienda del todo los motivos que han llevado al Athletic de Bilbao, alto representante del PNV en el deporte español, a homenajear a ese partidario de la ETA y olvidar a mi tía Magdalena, que no sólo conquistó el Everest, sino que hizo una paella para cien turistas en su cumbre. Cuando no quedaba ni un grano de arroz en la paellera, se originó un tumulto, y siete turistas, indignados con mi tía, intentaron empujarla al vacío, con resultado nefasto para los agresores. Mi tía, hizo un escorzo muelle, los agresores pasaron de largo, y los siete se despeñaron, quedando, como en «El Castelo Sangrienti» de Ludi, «como un centolli sin casqui».

San Mamés no merece semejante humillación. San Mamés, por otra parte, tenía de bilbaíno lo que Begoña Gómez de catedrática de Cambridge. San Mamés tuvo una vida complicada y un final doloroso. Vivió tan ajeno a la gabarra como al Everest. Según mi santoral, mereció los más grandes elogios de San Gregorio Nacianceno y San Basilio por su martirio. Nació en Cesarea de Capadocia, Asia Menor, y conoció de niño los martirios de su madre, Santa Rufina y su padre, San Teodoto. Después de una vida de angustiosa y constante persecución, falleció en el año 253 en la arena del anfiteatro de Cesárea, entre combate y combate de fieras, a manos de un gladiador. Su muerte prematura le impidió coronar el Everest, como era su deseo, y la ilusión incumplida de visitar el Guggenheim. Pero no lo consiguió.

Homenajear a un propagandista de la ETA es tan sencillo como subir al Everest. Pero así como lo segundo tiene sus ventajas y se conoce a mucha gente de todas partes, lo primero es una ignominia. Millones de españoles, que respetan, quieren y admiran al Athletic de Bilbao se habrán quedado de piedra con este bochornoso, putrefacto y mamarracho homenaje.

Definitivamente, me abstengo de subir el Everest. Las muchedumbres me incomodan.