El dictador cobarde
«Las decisiones que yo tomé, las tomé con el Gobierno» es la reacción del jefecillo cobarde que nota el suelo temblar bajo sus pies. El líder valiente, en situación similar, dice lo contrario: «Las decisiones las tomé yo»
«Las decisiones que yo tomé, las tomé con el Gobierno». Frase curiosa para que la pronuncie un presidente de Gobierno, esto es, una especie de primer ministro, pero con más poder. Lo que podríamos llamar tranquilamente un canciller teniendo presente la profunda influencia de la Ley Fundamental de Bonn, o Constitución de la RFA, sobre nuestra Carta Magna. Un jefe de Ejecutivo que solo tiene por encima un símbolo, nadie con poder efectivo: el Rey, a quien se ha desprovisto de toda competencia. Y eso que algún margen tiene, aunque no esté en el Título II de la Constitución (De la Corona) sino en el IV (Del Gobierno y de la Administración), y más concretamente en el artículo 99. Pero dejemos el paulatino ahuecamiento de la figura del monarca, del que algún día nos arrepentiremos, para otra columna. Lo indiscutible es que Sánchez, legítimamente, es más que un primer ministro típico de Europa, que no siente la menor presión encima ni debajo. Ilegítimamente, ya puede usted imaginar: dada su ignorancia infinita y su arrogancia inédita, el autócrata de piscina está convencido de mandar (y así lo hace sin título) sobre la Fiscalía y de no estar de facto sujeto a las leyes por no estarlo a la acción de la Justicia. Eso cree él, de ahí que se querelle ¡contra un juez que osa citarlo como testigo!
«Las decisiones que yo tomé, las tomé con el Gobierno», oración que remite al onerosísimo rescate de Air Europa, es lo que suelta un tío retratado como «1». Es lo que dice el que se las prometía muy felices y de repente deja de tenerlas todas consigo. Es el que, en contra de sus fantasías infantiles de poder —que creyó alcanzar posando como JFK en un Falcon con el pobre Albares— se entera de que un juez le puede citar, la policía judicial le puede investigar, y ¡oh! Hay muchos policías y guardias civiles a los que les trae al pairo lo que él piense y lo que él amenace, lo que él incentive o desincentive, lo que él premie o castigue a través de Marlaska, tan deteriorado moralmente tras varios años lacayunos arrodillado a su lado.
«Las decisiones que yo tomé, las tomé con el Gobierno» es la reacción del jefecillo cobarde que nota el suelo temblar bajo sus pies. El líder valiente, en situación similar, dice lo contrario: «Las decisiones las tomé yo». Un niño crecido, irresponsable, caprichoso, tiránico, irascible, sigue siendo un niño, y el miedo se lo come cuando pintan bastos. De ahí que el autócrata sin coraje ni dignidad, oliéndose un lejano horizonte penal (lo ve más lejano de lo que está, y aun así tiembla bajo las sábanas), reaccione poniendo a su gobierno por delante como parapeto. ¿Se imaginan a Maduro diciendo «ha sido Delcy» cuando vaya a detenerlo la Policía, experiencia por la que acabará pasando? Sánchez arrojará al vacío, para soltar lastre, a todos sus ministros, uno por uno, antes de desplomarse.