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Editorial

¿Dónde estaban Sumar y el Gobierno cuando Errejón abusaba?

El caso del fundador de Podemos sobrepasa su comportamiento personal y exige explicaciones de quienes miraron para otro lado

La conmoción generada tras trascender que Íñigo Errejón es sospechoso de un número indeterminado pero amplio de casos de abuso sexual y maltrato no debe hacer perder el foco sobre la naturaleza de los hechos, la manera de gestionarlos y de encauzarlos y las explicaciones que, más de sus eventuales consecuencias legales, puedan tener.

De entrada, la verosimilitud de todo parece quedar confirmada por la reacción de sus protagonistas directos o tangenciales: él mismo vino a reconocerlo con un comunicado en el que, además de hacerse la víctima con una retórica indulgente o justificativa inaceptable, da pábulo a denuncias anónimas y fuera hasta ese momento de los protocolos policiales y judiciales.

Su partido, Sumar, reconoció la existencia de sospechosos solventes y provocó su dimisión, sin apelar a conceptos como la presunción de inocencia o a la ausencia de denuncias formales en ese momento. Y, entre las víctimas potenciales, una dio el paso de asumir en público la denuncia, la actriz Melisa Mouliá, y acudió a la Policía a poner los hechos en conocimiento de las autoridades.

Errejón es víctima del clima inducido por él mismo y la izquierda a la que se adscribe, según la cual no hacen falta pruebas ni denuncias para que el testimonio de una mujer, incluso sin asumirlo con nombre y apellidos, sea suficiente para convertir a cualquiera en un delincuente sexual.

Una peligrosa degradación de las garantías definitorias del Estado de derecho, sepultado por una alocada cacería de la que sus propios inductores pueden acabar siendo presa: legislar en contra de la presunción de inocencia siempre provoca estragos peores de los que dice proteger a las víctimas, en un viaje delirante cuyo fin es imponer, en nombre de causas nobles, una burda ingeniería social sectaria y empobrecedora.

Pero, más allá de ese débil marco incriminatorio generado en una década de políticos tan mediocres y populistas como Errejón, en este caso hay sólidos indicios de que sus excesos son reales y fundadas sospechas de que eran conocidas y nadie actuó.

Porque al menos desde junio de 2023 se empezaron a publicar menciones a la manera de relacionarse con las mujeres del exportavoz parlamentario de Sumar, lo suficientemente relevantes como para que su partido y el Gobierno del que forma parte activaran sus alertas y se movilizaran a determinar la naturaleza exacta de los hechos.

No lo hicieron e, incluso, empieza a consolidarse la certeza de que trataron de esconderlo o ignorarlo, con gestiones incluso de diputados de Más Madrid, no desmentidas por la organización, para intermediar con una posible víctima e intentar que su caso no trascendiera a la opinión pública.

Los posibles abusos de Errejón le retratan a él muy personalmente, sin duda, pero también radiografían el cinismo y la complicidad, por acción u omisión, de toda la izquierda parlamentaria: no duda en elevar a causa general los comportamientos individuales de unos pocos, especialmente si son adversarios políticos, pero mira para otro lado cuando uno de los suyos los comete, sea Ábalos con la corrupción o este patético populista con algo tan sagrado como la integridad física y psicológica de un ser humano.