Corruptos sin fronteras
Lo que era residual y minoritario, y se escondía con vergüenza, ahora se generaliza y reivindica su derecho a existir. El problema no es el mal, sino la tolerancia hacia él, su reivindicación como ejercicio de la libertad
La corrupción no descansa. Es tan vieja como el mal. En ese sentido es inevitable. Lo propio de nuestro tiempo es su extensión. Es lo que sucede con la mayor parte de los vicios y errores. Lo que era residual y minoritario, y se escondía con vergüenza, ahora se generaliza y reivindica su derecho a existir. El problema no es el mal, sino la tolerancia hacia él, su reivindicación como ejercicio de la libertad. No es solo el relativismo, sino la transmutación de lo malo en legítimo. No obstante, la corrupción despierta en general una notable repugnancia, aunque, a diferencia de la justicia, no tenga los ojos vendados.