Carta a Yolanda Díaz
Sé que este escándalo de su niño mimado Íñigo le ha pillado allende los mares, en la Colombia bolivariana de Petro. Me hago cargo de la dificultad para mostrar que usted es la reina de la transparencia a tantos miles de kilómetros.
Señora Díaz Pérez:
Por la presente me dirijo a usted, vicepresidenta segunda del Gobierno, tan atareada siempre librándonos a las víctimas inocentes de las fauces asesinas del heteropatriarcado, empeñada benéficamente en tal difícil empresa solo digna de juanas de arco con mechas al agua y vestidos de corte francés. Sé que este escándalo de su niño mimado Íñigo le ha pillado allende los mares, en la Colombia bolivariana de Petro, otro generoso ser humano que batalla contra el fascismo que amenaza con devorar a los hijos del proletariado. Me hago cargo de la dificultad para mostrar que usted es la reina de la transparencia a tantos miles de kilómetros.
Pero ahora que pisa tierra española permítame que le recuerde que el Gobierno feminista y de las sonrisas nos ha propinado un daño emocional terrible. Todavía tenemos grabadas en nuestra retina esos trajes impolutos blancos, a lo Kamala Harris, que usted viste en los actos oficiales para recordarnos que las mujeres somos el centro del universo y que nuestros compañeros los hombres terminarán ocupando el averno adonde la testosterona y el machismo criminal les ha condenado. Nos dijo que eran nuestros enemigos, porque en todos vive un violador en potencia. Ese hondo mensaje se lo hemos oído a usted muchas veces mientras planchaba su lencería parisina. Nos costaba entender su verbo alambicado y cursi, pero expurgando entre tanta palabrería hueca aparecía este discurso fariseo, mendaz, que ha envenenado nuestra vida pública; era la impunidad de su doble lenguaje, tan superguay, tan definitorio de una aguerrida «hermana yo sí te creo» como usted.
Lástima que de tanto besuquearse con los compañeros camaradas sindicalistas, los sucesores de su admirable y comunista padre Suso, obviara poner de patitas en la calle a un cavernoso machista, con gafas de niño empollón, que las gastaba como un «monstruo» con las mujeres que salían a su paso. Resulta que usted, vicepresidenta, que se manifestó contra las manadas cuando apuntaban a individuos de pulserita española y fachaleco, que no les concedió ni el más mínimo derecho a la presunción de inocencia, que calló con la aberración del «solo sí es sí» y solo reformó la ley cuando Pedro se lo ordenó por el desgaste social, resulta que tenía de segundo a un representante con méritos propios de otra manada, esta progresista, con la que había que convivir, incluso mostrarse cómplice, olvidando la labor invigilando que tanto le reclamaron a los dirigentes fachas del PP.
Permítame que me pregunte si calló porque había que proteger el negocio del engendro de Sumar que montaron usted y Pedro para cargarse a los marqueses de Galapagar. O si jugó con la fe de las mujeres para asegurarse despacho, coche, casa de 400 metros cuadrados y nómina pública a cambio de ponerse de perfil y de paso lucir esos perfectos moños despeinados tan cool. O si nos atizaba con el feminismo inquisitorial todos los 8-M y fiestas de guardar para esconder toda esta cochambre. O si tenemos que aguantar que su izquierda, la que nos dicta cómo hemos de comportarnos, cómo alimentarnos, con quién acostarnos o cómo hablar sin faltar a la moral que ustedes deciden, nos va a martirizar más tiempo con la estafa de que están devastados.
Ya nos hizo dudar que usted, tan independiente y libertaria, permitiera que el de la coleta le nombrara su sucesora como solo ese macho alfa sabe hacer con las mujeres -¿verdad, Irene? La duda se me plantea porque en enero, medio año después de que una chica denunciara a Errejón por haberle metido mano en un festival —feminista, claro— en Castellón, le colocó de portavoz parlamentario. Y a más, hace solo un mes sus mechas feministas le encargaron al hoy defenestrado la ponencia política que iban a discutir en la Asamblea estatal del 14 y 15 de diciembre.
Sé que le pido un imposible. Alguien con la abrumadora responsabilidad que cae sobre sus hombros envueltos en chaquetas Chanel, en lucha siempre contra los explotadores empresarios, no puede estar en todo. Bastante tiene con librar sus propias guerras estalinistas contra Iglesias o Mónica García, esa cuña de la misma madera que le quiere disputar la bicoca. Como para reparar en niñatos con pulsiones psicópatas. Había que esconder las inmundicias propias con pretendidos listones morales para los demás que cuando se aplican a los tuyos terminan cayendo como una losa sobre tu cinismo —el de usted— ecuménico. Me resultó preocupante que mandara a Urtasun y otras compañeras del metal este sábado a dar cuenta de que iban a firmar «la parte contratante de la primera parte que será considerada como la parte contratante de la primera parte» para evitar que a Errejón le siga un largo listado de machistas progres que ya están calentando en la banda de Cristina Fallarás. Prefiero ver a Urtasun ejerciendo de sectario ministro de Cultura negándole el saludo a El Juli, que hablando de protocolos contra la violencia de género. Un resentido con menos cerebro que una medusa debe dedicarse a lo suyo, a generar odio y no a vendernos la moto sobre el feminismo. Fue patético, ministra.
Créame, doña Yolanda, que hay muchas mujeres que se tragaron sus trolas. Yo no fui una de ellas. Pero las hay a miles. Las mismas que ahora revisitan su foto fundacional con Ada Colau, Mónica Oltra y Mónica García y se preguntan si el feminismo era tapar las guarrerías y quizá delitos de los tuyos —un exmarido en Valencia, por aquí; un portavoz en Madrid, por allá; un subordinado en Galicia, por acullá— para salvaguardar el chiringuito a costa de apuntar a las deformidades ajenas cuando ustedes vivían entre psicopatías propias.
A la espera de sus explicaciones, a ser posible junto a su carta de renuncia irrevocable, me voy despidiendo con la esperanza de que el jefe al que usted da cobertura en el Congreso a cambio de la vicepresidencia, su querido Pedro, tome nota y se aplique al ver que la manada de estafadores que él encabeza tiene los días contados.
Reciba un saludo, vicepresidenta, que no mi respeto.