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Enrique García-Máiquez

El crimen perfecto

A estas alturas del artículo, legítimamente me preguntará el atento lector: «¿Si no le ves importancia al decretazo televisivo de Sánchez, ¿por qué le dedicas entonces un artículo?»

Pedro Sánchez prometió que garantizaría la independencia de RTVE y, naturalmente, ha incumplido. En fallar es infalible. ¡Y Rajoy presumía de que él era predecible…! Ja, ja, ja. Nadie ha sido ni será más predecible que Sánchez. Si promete algo, no cabe duda de que hará (in)justo lo contrario. Como de la televisión pública dijo que velaría por su independencia, ya lo tenemos: su decretazo. Cero noticias ahí.

Tampoco hay novedad, me temo, en que la Televisión Pública sea una tele gubernamental, un medio oficial, prácticamente intervenido. Hubo un tiempo en que no lo fue, dicen, y había hasta programas culturales de primer nivel y representaban teatro, incluso. Yo apenas llegué a algunos programas de altísima altura, como la añorada La Clave, donde todas las voces tenían su asiento y su tiempo por delante para exponer sus argumentos de forma pausada. De unos decenios a hoy, RTVE ha sido un medio de desinformación de masas, bastante sectario, y no creo que esto vaya a ir a peor con el decretazo de Sánchez, más que nada porque ir a peor es difícil. Es verdad que, mientras tanto, Sánchez, con esto, le hace el enésimo feo al Senado, pero tampoco hay novedad ahí, porque al Senado, que debería ser nuestra Cámara Alta, el asiento de la autoridad moral de la nación y no lo es, le pasa de todo. Se lo toman como al pito del sereno. Le han perdido el respeto.

A estas alturas del artículo, legítimamente me preguntará el atento lector: «¿Si no le ves importancia al decretazo televisivo de Sánchez, ¿por qué le dedicas entonces un artículo?». Pues por culpa de mi admirada Rebeca Argudo, que ha hecho un comentario sagaz —como suyo— a la noticia: «Cuando toman este tipo de decisiones, lo que me pregunto es si lo que subyace no será algo más grave (acabar con la alternancia política). Porque, en caso contrario, serían los primeros interesados en salvaguardar el pluralismo (para cuando lleguen «los malos» no dejarles esto)».

El comentario es excelente y su lógica interna implacable, pero la reflexión que me provoca —y que me apresto a dar— es tristísima. Tomás Moro, en la obra de teatro de Robert Bolt expresamente y siempre en su vida, defendía las normas de Derecho por ese mismo motivo: había que dar el beneficio de la ley incluso al diablo. Así, luego, podría uno exigirle al diablo que te lo diese a ti. Qué impecable mentalidad de jurista.

Entonces, ¿por qué el PSOE no garantiza la neutralidad de las normas de TVE, no ya por limpieza democrática, sino para cuando gobierne el PP? Hay una respuesta a corto plazo, otra a medio y otra a largo, y las tres son malas y, encima, son verdad y se superponen y, además, se retroalimentan.

La corta: el PSOE no mira más allá de los intereses perentorios de Pedro Sánchez, que ahora mismo pasan por darle a los nacionalistas lo que pidan, o troceado o hecho papilla, para que los nacionalistas le permitan alargarse un poquito más la agonía.

La media: como no se fían unos de otros, caen una y otra vez en el dilema del prisionero. El PSOE se dice que, de todas maneras, ya lo hará el PP…, así que lo hacen ellos para ganar, al menos, la delantera.

La larga y la peor todavía: saben que, en última instancia, el PP ni revertirá sus cambios ideológicos ni enfrentará la visión del mundo que ellos han impuesto ni Feijóo hará una televisión combativa en lo moral. Intentará —eso sí— que funcione a su favor electoralmente, pero como eso —si no se cambia la visión del mundo— es para nada y las elecciones caerán entonces por su poco peso, no importa dejarle el caramelo de una televisión servil al gobernante de turno. El PP no lo aprovechará. Seguirá haciendo política de fondo socialista y, en consecuencia, enseguida volverán ellos. Ya avisé que era triste.