Una horrible tragedia, un gran país y unos rufianes
La catástrofe de la gota fría muestra de modo descarnado que en el corazón político de este país anidan personas a las que les importa un bledo España
España es una nación extraordinaria, por muchísimos motivos, y una de las de mayor calidad de vida del planeta (y el que lo discuta puede darse una vuelta...). Pero en los últimos años, por obra de la coalición radical, populista y antiespañola que nos desgobierna, se ha abierto una brecha creciente entre la España real y la que manda. La raíz del problema es bien sencilla: resulta conceptualmente absurdo intentar gobernar un país con el apoyo de partidos que la desprecian y cuya meta declarada es destruirla para crear sus mini países independientes. Y eso es lo que tenemos, debido a la imperdonable felonía de Sánchez.
En la sociedad actual aspiramos a la utopía de la seguridad absoluta, cuando no existe. El hombre nunca podrá controlar por completo la furia de los elementos, o eliminar la posibilidad de algún error humano. España se ha visto sacudida por una gota fría de una furia muy infrecuente, ingobernable, que ha provocado una horrible tragedia, con más de setenta muertos y daños inmensos. Ante esta catástrofe se ha visto una vez más que somos un gran país, con todos los españoles en estrecha unión solidaria con los que han sufrido las embestidas de las aguas; con los servicios de emergencia trabajando a destajo; con los medios de comunicación volcados; con mensajes especiales de nuestros mandatarios... Pero también se ha visto que la moqueta política está tiznada por la presencia en ella de unos rufianes a los que en realidad España les importa un carajo, salvo para intentar desmontarla.
Me alegró escuchar ayer, a primera hora, a un sectario de manual como Pachi López teniendo por una vez altura de miras y ensalzando la labor de todas las administraciones, sin entrar en pellizcos de siglas. Pero el espejismo duró muy poco.
La coalición que sostiene a Sánchez y el PSOE no han estado a la altura de España, una vez más. Rufián no perdió la ocasión de honrar su apellido. En el pasillo del Congreso se desmarcó con unas estúpidas declaraciones, en las que culpó de la tragedia provocada por las lluvias torrenciales a la falta de previsión política y a los empresarios. Àgueda Micó, una diputada de Compromís, no respetó el luto y salió presto a darle cera al Gobierno valenciano de Mazón, al que tachó de «hipócrita» y acusó de «no asumir su responsabilidad». La jefa de Bildu en la Cámara, condenada en su día por enaltecer a ETA, habló de la tragedia de Valencia y Albacete con tal fugaz desapego protocolario que parecía que se estuviese refiriendo a una calamidad sucedida en Uzbekistán, y no en el que sigue siendo su país.
Y el PSOE.... ¡ay! Armengol, la presidenta del Congreso, suspendió la sesión de control al Gobierno ante el drama de la DANA, pero mantuvo el pleno previsto para consumar el asalto al Consejo de Administración de RTVE. El sometimiento partidista de todas las instituciones del Estado no puede esperar ni un día. Acto seguido, los socialistas anunciaron que no harán declaraciones públicas durante tres días debido al luto nacional. Lo dice el partido que manipuló dialécticamente el más brutal atentado de nuestra historia con declaraciones propagandísticas a todas horas. Es evidente que los tres días de silencio del PSOE son un paréntesis para evitar dar explicaciones sobre los escándalos que zarandean al sanchismo, el último de ellos, el registro del despacho del fiscal general por orden del Supremo, que en cualquier otro país occidental habría provocado su dimisión instantánea (y en Burkina Faso, también).
España está hoy secuestrada por quienes la detestan. Y mientras eso no se arregle seguiremos siendo un país hemipléjico, con una sociedad y unas empresas pujantes y una política de suicidio a cámara lenta. Las costuras de la vieja nación se van aflojando al dictado de partidos separatistas de ideario supremacista y anti solidario ¿La culpa? Del PSOE, no busquen más. Es el partido que un día decidió que valía la pena traicionar a España a cambio de okupar el poder. Y ahí empezó el destrozo.