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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Nueva York

Y decidieron que, para dar a conocer el bable en el mundo, y llenar de bablehablantes nuestro conflictivo planeta, había que organizar en la sede del Instituto Cervantes de Nueva York un curso intensivo del rico idioma asturiano

Nueva York. La amante de un conocido millonario español les contaba a sus amigas, reunidas de merendola en 'Embassy', su primera impresión de Nueva York y la generosidad de su mantenedor. «Es increíble lo de New York. Qué barbaridad de gente por la calle. Qué muchedumbre. Qué excitación. Me ha encantado, y no os podéis figurar lo generoso que ha sido conmigo mi viejales. En el aeropuerto Kennedy, me esperaba una 'muselina' con un chófer negro uniformado de blanco tipo 'Lo que el viento se llevó'». Todo correcto, excepto la 'muselina'. Lo que le esperaba en el aeropuerto era una limusina con un chófer negro uniformado de blanco tipo 'Lo que el viento se llevó'.

Nueva York es de todos. La capital del mundo. Ya no es necesario el inglés. Se habla español en todos sus rincones. Respecto al inglés, Bernard Shaw, el genial irlandés, lo lamentaba: «No me entiendo con la gente de Nueva York. Hablan otra lengua. Inglaterra y los Estados Unidos son dos naciones hermanas sólo separadas por el idioma».

Se le atribuye a varios actores, entre ellos a Bob Hope. «Tengo un enorme complejo de inferioridad. Mi padre era un borracho. El más borracho de su pueblo. El problema es que el pueblo de mi padre era Nueva York».

Quien triunfa en Nueva York, conquista el mundo. Y es lo que han intentado al unísono el Instituto Cervantes y el presidente del Principado de Asturias. El Instituto Cervantes, como es por todos conocido, lo dirige el poeta granadino, viudo de la Estación de Atocha, Luis García Montero. Su esposa, Almudena Grandes, falleció en plena juventud, y el poeta García Montero —en mi respetuosa opinión, bastante malo—, fue enchufado por Sánchez para ocupar tan anhelada dignidad. Así que un día, ignoro de qué mes y estación del año, Luis García Montero se encontró en Oviedo con el presidente del Principado de Asturias, el socialista Adrián Barbón, gran promotor del bable. El bable no tiene nada de particular. Es un español mal escrito y peor pronunciado que no da más de sí. Las buenas gentes del campo, la mar y los ganaderos de Asturias lo usan entre ellos y hacen muy bien. Pero su recorrido y expansión son muy limitados.

Y decidieron que, para dar a conocer el bable en el mundo, y llenar de bablehablantes nuestro conflictivo planeta, había que organizar en la sede del Instituto Cervantes de Nueva York un curso intensivo del rico idioma asturiano. La matrícula se tasó en 425 dólares y la finalidad del curso no permitía espacios para la duda. «Internacionalizar y promocionar el bable». Un proyecto ambicioso a más no poder. Una llamada a todos los neoyorquinos, turistas, visitantes, limpiadores de cristales de los rascacielos, y vigilantes de los túneles del Metro, sin excluir a los familiares que viajan a Nueva York para animar a sus parientes en la Marathon de la ciudad de los rascacielos, que además de Benidorm, es Nueva York, casualmente.

A los quince días, el poeta García Montero hizo de tripas corazón, y se atrevió a llamar al presidente asturiano, Barbón. —Adrián, soy Luis. Nos hemos visto obligados a cancelar el curso para internacionalizar y promover el bable—. —¿Cuál ha sido el motivo, mi eximio amigo y lustroso poeta?—; —Pues un motivo bastante sencillo, a mi modo de entender las cosas. Que sólo se ha inscrito una persona. Sólo hay una persona en Nueva York, interesada en estudiar y hablar con fluidez el bable—; —eso dice mucho de la rastrera condición cultural de Nueva York—; —efectivamente—.

Para mí, que no han acertado en la divulgación del curso. En Nueva York se ofrecen toda clase de cursos y másters. Hace años, en Skukuza, aeropuerto que nutre de turistas el inmenso y paradisíaco Parque Krugger, sito en la frontera de Sudáfrica y Mozambique, tomaba una copa con un guarda luxemburgués del parque que hablaba a la perfección el zulú y el khosa, los dos idiomas imperantes en la República Sudafricana. Y me interesó su capacidad para aprender idiomas. —¿Dónde los aprendió?—; —donde se aprenden todos los idiomas. En Nueva York—.

Todos, menos el bable, lo cual nada puede extrañar a quien tenga dos dedos de frente y un poquito de mundo.