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Un mundo felizJaume Vives

Errejón, rejones y matones

Sin duda resulta gracioso que los principales damnificados de este circo sean los que más nos han martilleado en la cabeza con el feminismo y todas sus derivadas. Pero que las risas no nos impidan ver el mar de fondo

La semana pasada, una polemista que debería tener la credibilidad de un teleoperador de cualquier energética, dio el pistoletazo de salida a la enésima lapidación pública, con ensañamiento.

Seguramente hay motivos para juzgar muchas de las actitudes del linchado, que en este caso es Errejón. Pero ahora, y no antes, han salido varias mujeres a contar sus devaneos con el protagonista, sumándose así a una cacería en la que, hasta el momento presente, habían considerado mejor no participar por la razón que fuere.

No se trata aquí ni de exculpar ni de condenar a nadie, para eso están los tribunales y para eso hacen falta pruebas. Aunque no deja de ser poético que Errejón haya sido víctima de sus políticas suicidas y cainitas (y acabarán cayendo con él no pocas mujeres que también han alimentado a ese monstruo que ahora va a devorarlas a ellas).

Se han cargado la presunción de inocencia y han gritado a los cuatro vientos lo de «hermana yo sí te creo», (aunque ha quedado demostrado que solo a veces, solo un poquito y solo cuando beneficia a la estrategia del partido) y, ahora están viviendo en sus carnes las consecuencias de tanto sinsentido.

Al populacho, la polemista profesional, le ha echado carne podrida, carne de la que se desconoce el dueño (con intereses crematísticos ocultos para más inri) y las hienas han empezado a despedazar al protagonista.

La masa no ha necesitado verificar la autenticidad de esos mensajes anónimos para lanzarse a la yugular del acusado. Y en redes, tertulias y columnas lo han ejecutado civilmente.

Sin duda resulta gracioso que los principales damnificados de este circo sean los que más nos han martilleado en la cabeza con el feminismo y todas sus derivadas. Pero que las risas no nos impidan ver el mar de fondo.

Hoy se ha tratado, para muchos, de un adversario político, sí. Pero ha quedado demostrado que se puede tratar de cualquiera, y sólo hace falta una captura de pantalla con un mensaje anónimo.

Estamos a un tuit de la muerte civil. Estamos a un clic de que un montón de buitres que huelen la sangre a kilómetros se lancen sobre nosotros para destriparnos sin piedad. Y estamos a una polemista de distancia para que las hienas que hasta ahora habían pasado de largo, se detengan de repente, nos observen, busquen una justificación, seguramente infundada y, nos ataquen en manada.

Errejón ha sido sacrificado a rejonazos por una panda de matones, sin juicio. Seguramente hay razones y testimonios suficientes para la condena, pero la jauría ha atacado sin necesidad de pruebas.

Al parecer vivimos en una sociedad llena de gente inmaculada, sin tacha, gente ejemplar, que al primer error ajeno se ve en la obligación moral de convertir la vida del otro en un horror. Errejón también participó de ello y ahora, ¡mira por dónde! le toca beber de su propia medicina.

Aquí todos tiran —con mucha rabia— la primera piedra. Pero en todos los corazones hay algo sombrío, algo oscuro, y todos, absolutamente todos, necesitamos que se apiaden de nosotros, porque la misericordia no es incompatible con la Justicia.

Mucho me guardaría yo de ensañarme con los caídos, nadie es capaz de resistir a la exposición pública de todos los recovecos de su corazón, tampoco la famosa polemista. Y, cuando lo sombrío que tenemos nos empuja a realizar cosas oscuras, hay que hacer justicia —desde luego— pero necesitamos que el prójimo se apiade de nosotros.

Y solo quien se sabe pecador y conoce sus miserias es capaz de tener piedad del otro. El soberbio, por el contrario, es inmisericorde con cualquier error ajeno, convencido de la pureza de su corazón.