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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Los muertos de la DANA se pudieron evitar

Pedro Sánchez, y de ahí para abajo todos, no tienen disculpa: supieron lo que venía y no hicieron nada

Ahora han llegado las declaraciones institucionales, los gabinetes de crisis, los compromisos de ayuda, los gestos compungidos y, en breve, el señalamiento de los culpables genéricos, que es el mensaje para indultarse a sí mismo que tiene el mal político.

¿Veis lo terrible que es el cambio climático, incrédulos? ¿Entendéis ya por qué gobernamos como gobernamos, subimos impuestos verdes para enderezar el planeta y os salvamos de vosotros mismos y vuestras dañinas costumbres?

La ceremonia de exculpación propia e inculpación ajena comenzó en el momento en que Pedro Sánchez envió un mensaje en las redes sociales en el que decía seguir «de cerca» los acontecimientos. Y estaba en La India, oreando la cuarta imputación de Begoña y poniendo Ganges de por medio con Koldo, Aldama y otros chicos del montón.

Y prosiguió, entre otras bellaquerías, con Yolanda Díaz amenazando a las empresas de las zonas afectadas con perseguirlas si ponían en peligro la vida de sus trabajadores, obligándoles a presentarse en sus puestos, como si fuera su amigo Íñigo Errejón, al que protegió hasta el penúltimo minuto, el consejero delegado de todas ellas.

Todo lo que para el Gobierno era imprevisible, como una feroz tormenta anticipada por la Aemet con precisión quirúrgica días antes de que llegara, se convierte sorprendentemente en previsible para el resto: el que cogió el coche o el camión y se buscó él solo problemas, el que consume combustibles fósiles y provoca calentamientos, gotas frías, tsunamis y sequías y, ya por extensión, el que vota a partidos negacionistas, que son todos menos el PSOE y lo que le cuelga, cada vez menos y más triste.

Las mismas personas que predicen la desaparición en pocos años de Vigo o, ya puestos, Cuenca, por la subida del nivel del mar, no han sido capaces en realidad de gestionar un fenómeno anticipado con solemnidad por la Aemet varias veces, la última horas antes del apocalipsis, ya con el grado máximo de alarma previsto por el sistema, que es el rojo, y las zonas potencialmente afectadas, las que ahora entierran cadáveres en lodo.

Esa alerta es suficiente para activar algo que existe en España, donde aún sobrevive un Estado organizado más allá de las trapacerías de su Gobierno, que asalta RTVE en pleno luto nacional o se inventa dos fiscalías nuevas para que intenten afinarle lo de la esposísima, el hermanísimo y los amiguísimos.

Se llama «Marco eficaz de gestión del riesgo de catástrofes en España», es un intenso documento de 62 páginas y, por no aburrirles con tecnicismos agotadores, fija la estrategia a seguir ante episodios como el vivido en España.

De su importancia da cuenta de que depende, nada menos, del Consejo de Seguridad Nacional, el órgano a disposición del presidente del Gobierno que coordina las grandes amenazas al país, sea un zarpazo del terrorismo, la injerencia externa o una DANA.

También se encarga otro Consejo más, el de Protección Civil, que a su vez coordina una respuesta sincronizada con las administraciones públicas de segundo y tercer nivel concernidas por la amenaza, las comunidades y los ayuntamientos.

Es un esquema muy similar al previsto para emergencias sanitarias de procedencia internacional, como la pandemia por coronavirus, lo que demuestra la tranquilizadora existencia de una planificación teórica y de unos recursos suficientes para responder antes y después a cualquier drama.

No hace falta ser el más listo de la clase para unir los puntos: se sabía lo que iba a pasar, existía la herramienta para anticiparse y evitar los daños evitables, que no son todos, pero sí casi todos menos los materiales… pero no se hizo nada.

Hubiera bastado con una comparecencia como la de Sánchez el día después o, si él estaba haciendo el indio, una alternativa de los ministros de Interior y Defensa: solo con decir solemnemente que el peligro en ciernes era mortal y que nadie saliera de casa ni se echara a la carretera, se hubiera ahorrado mucho dolor. El cierre de las autovías, la suspensión de la jornada laboral e incluso la evacuación de los pueblos afectados, ya puestos, tampoco hubiera costado un gran esfuerzo. No lo hicieron, y tampoco se lo pidió ningún presidente autonómico, subido a alguna parra parecida.

Dicen que, con cadáveres en la morgue o aún en búsqueda, no hay que buscar culpables ni responsables. Pero es al revés. Por ellos, porque no tenían que haber muerto, hay que señalarlos, preguntarles y exigirles explicaciones. ¿Por qué no hicieron nada cuando lo sabían todo y la prevención era tan sencilla?

Estaban ocupados determinando qué playa desaparecerá en dos siglos, conquistando RTVE o quemando fotos con Aldama, quién sabe, pero lo que es seguro es que no atendieron la horrible bofetada del cielo, avisada con tiempo suficiente para no llevarse por delante tantas vidas. Malditos. Otra vez malditos, como con el COVID.