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HorizonteRamón Pérez-Maura

Borroka: el mejor Ussía

Alfonso ha construido un relato que recoge varios de los bárbaros atentados de esa época, cuyos autores están mencionados con nombres y apellidos verdaderos como lo están los miembros de la Fuerzas de Seguridad del Estado que lucharon contra ellos

En febrero de 2000 mi admirado Álvaro Vargas Llosa publicó en la colección Biblioteca Breve de Seix Barral En el reino del espanto, definida como «una obra eminentemente literaria». Es decir, no se presentaba como un reportaje periodístico que recogía unos hechos ciertos. Que es lo que en realidad era. Fue, supongo, una forma de protegerse de la furia de Vladimiro Montesinos, el lugarteniente de Alberto Fujimori y autor intelectual y material de aquel reino del espanto para sus víctimas –aunque hubo, sí, muchos peruanos que le estaban muy agradecidos. Montesinos y su barbarie es lo que allí se trataba con detalle.

Vargas Llosa describía su obra diciendo que «para reconstruir esta historia de espías, verdadera de principio a fin, en la que cruzan sus destinos nueve estudiantes y un profesor, dos agentes secretas, un empresario judío y, en la trastienda, un periodista y Besitos, el autor debió estar varias veces clandestino en su propia ciudad. Era la condición exigida por quienes, a riesgo de sus vidas, aceptaron reunirse con él en las tinieblas y ser sus confidentes. Otras voces, en distintos lugares del mundo, también le susurraron palabras al oído, y una montaña documental que se libró de las llamas abrumó su vigilia.»

La descripción que hace Vargas Llosa de aquella lucha contra el terrorismo de Estado es perfectamente aplicable a la que hace Alfonso J. Ussía en su narración «eminentemente literaria» Borroka. Se repasa ahí la lucha contra ETA en los años 1989 y 1990 y se presenta como el primer volumen de una tetralogía que va a ir recordando la historia de la batalla contra la banda armada con la voluntad de contribuir a impedir el blanqueamiento de los terroristas que sembraron España de muertos, discapacitados y otras víctimas del crimen organizado.

Alfonso J. Ussía, como habrá imaginado quien no lo sepa, es hijo de «nuestro» Alfonso Ussía. Para diferenciar sus firmas optó por tomar la inicial de su segundo nombre. Eso tiene peligro. George Bush hijo, para diferenciarse de George Bush padre, añadió a su «nombre artístico» la W de Walker y eso acabó haciendo que fuera conocido en toda américa como W que en español se pronuncia como 'uvedoble' y en inglés americano como 'dabelya'. La 'J' de Alfonso tiene también su peligro porque recuerda mucho a otro periodista al que creo que no le conviene que le comparen. Aunque la 'J' de ese responde al nombre de José y la de Alfonso al de Javier.

Alfonso ha construido un relato que recoge varios de los bárbaros atentados de esa época, cuyos autores están mencionados con nombres y apellidos verdaderos como lo están los miembros de la Fuerzas de Seguridad del Estado que lucharon contra ellos. Como una evolución del llamado 'nuevo periodismo' norteamericano, esta es una historia levemente ficcionalizada –gracias, maestro Andrés Amorós– en la que la cabo Deva –«no era ni guapa ni fea, ni flaca ni gorda, ni alta ni baja. Para su jefe, el capitán González, era, sencillamente, perfecta»- hace de hilo conductor del relato que cautiva al lector en una historia en la que hay demasiados muertos: hombres, mujeres y niños. La verdad que hoy se intenta ocultar fomentando impúdicamente el olvido.

Alfonso J. Ussía tiene un estilo radicalmente distinto al de su padre. En el columnismo de ambos se ve que tienen poco en común. Pero en este terreno de la historia ficcionalizada, que también es una suerte de ensayo, Alfonso J. demuestra ser el mejor. Ha sabido encontrar las más incuestionables fuentes en el interior de las Fuerzas de Seguridad del Estado y, gracias a ellas, hacer un relato que sobrecogería incluso a los asesinos que lo protagonizan si tuvieran la humildad de leerlo.