País de pymes
Los españoles somos expansivos, conquistadores, valientes hombres de mundo, gente preparada que busca la excelencia; la enanez empresarial es consecuencia de una clase política incapacitada
Por la candidez de mi remota infancia pululó una monja que hizo conmigo lo que le dio la gana. Literalmente. La hermana Rosa fue uno de esos religiosos que se apuntaron a lo más progre de los tiempos convulsos de la transición tras la muerte de Franco y, desgraciadamente, yo fui el foco central de su venganza contra los que habían ganado la guerra al ser portadora del peor karma que podía acarrear un humano: ser hija de un empresario. Un día contaré escenas vividas desde la ingenuidad de una niña, pero lo que me interesa hoy es la visión de esa mujer mediocre y amargada (conozco también monjas maravillosas que son ángeles en la Tierra) sobre lo que es un empresario: un acaparador egoísta y anticristiano, un oportunista despreciable, un explotador soez de la pobreza ajena, un acosador repugnante del sexo débil… Resulta que la religiosa comunista no era un caso aislado, todo lo contrario, ella forma parte de un sentir general: En España la actitud negativa ante el dinero y el éxito ajeno es endémica. Así nos va.
España, en 1975, ocupaba la octava posición en el ranking de las mayores economías del mundo según el PIB nominal. En 2001 pasó a la novena y en 2003 a la undécima. En 2023 descendimos al puesto 16, probablemente lo perdamos en 2024 en favor de Indonesia. Nada parece indicar que esto frene. ¿Sabían que la esperanza de vida media de las empresas en España no supera los ocho años? Más de la mitad de las que nacen mueren a los cinco años. Para quien se lo esté preguntando, en Europa esta supervivencia se multiplica por tres. En el ranking de las cien empresas más grandes del mundo, Inglaterra tiene metidas siete, la sindicalizada Francia tiene nueve y en EE.UU. hay 44. En España tenemos una: ZARA, un éxito sin precedentes pero al mismo tiempo objeto de escarnio desde la izquierda. Recuerdo bulos sobre que se forraron sobreexplotando mujeres costureras; o que el dinero venía del narco; incluso recientemente, entre 'errejonadas' varias, la actual ministra de Trabajo exigía que dé pasos atrás este «depredador planetario de recursos», que admita su pecado de fomentar la compra rápida y a buen precio y que fomente de una vez el uso de la ropa usada. Sólo le faltó decir que ya está bien de tanto vender, hombre, confórmese con una empresita enana como todos los demás… En fin.
En España hay arraigado un sentir tan socialistoide, tan envidioso y acomplejado, que no sólo políticos, hasta colegas empresarios, se vanaglorian de que seamos un país de Pymes. Como si tuviera gracia. Pero vamos a ver, ¿alguien se cree que el 97 % de los héroes que montan y resisten con sus empresas abiertas en este país se quedan en poca cosa por humildad? Nadie nace para ser pequeño y si los que sobrevivimos sólo llegamos a Pymes es porque es absolutamente imposible hacerse grande. Punto.
Nacer para ser un enano no es algo que vaya con el talante español, somos expansivos, conquistadores, valientes hombres de mundo, gente preparada que busca la excelencia; la enanez empresarial es la consecuencia de una clase política incapacitada que sólo sabe poner palos en las ruedas del progreso común. Y de paso, la España cainita contenta de que quien se lance se quede en Pyme. No sé por qué en España el dinero es visto poco limpio, incluso hortera, nada comparable con la tradición y el brillo de la nobleza.
Pero, sobre todo, se trata de una caza de brujas de la clase política: derechas e izquierdas todos troquelados para la prohibición, que resulta más fácil y cómoda que abordar una gestión inteligente de cualquier sector creciente. Las empresas nacen y mueren ahogadas por la hiper regulación: requisitos cambiantes de 17 autonomías se elevan a la potencia de infinito entre ayuntamientos, concejalías, empresas paralelas semi publicas… Si creces por encima de 50 empleados te atacan con comités de seguimiento de oportunidades, comités de género, comités de comités, sindicatos, no hay flexibilidad en la contratación, no hay defensa ante un sistema que incentiva el absentismo impune, multiplican costes laborales con jornadas de trabajo liliputienses, con subidas salariales inasumibles, te crujen a impuestos por comprar, por vender, por pagar, el propio trabajador sin saberlo está explotado por Hacienda que se lleva casi la mitad de su ingreso antes de olerlo. ¿Cómo se puede gobernar tan al margen de la realidad económica? A la hora de cumplir toda esta absurdez el empresario no contrata más, no crece más. Se trata de un juego de lógica aplastante: hay que priorizar para sobrevivir y administrar lo que se tiene para dar un rendimiento mínimo y ganar algo. Sí, lo he dicho bien. ¡Para ganar dinero! el único motivo por el que uno se mete a llevar el peso del mundo sobre sus hombros.
Pensándolo bien, las soflamas ideológicas de aquella monja de mi infancia (que según me cuenta mi madre fue internada en un manicomio) retumban en mi mente: «Paaatrón caaaabrón» y amoldaron mi carácter, incluso hoy, a mis casi 57 años, sigo pasándome la vida disimulando inconscientemente mi naturaleza empresarial, obedeciendo a un impulso de volcar toda mi energía vital en gustar a los demás. Hasta aquí he llegado: personalmente me encantan los ricos, y los empresarios: cuanto más haya, mejor, y cuanto más gasten, inviertan y rieguen con su dinero nuestras economías, mejor.