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El puntalAntonio Jiménez

Resignación ante el horror

La coordinación y las órdenes quedaron difuminadas entre la maraña de organismos autonómicos, municipales y estatales, preñados de nóminas públicas y burocracias inagotables

Me pregunto cuántos politicastros de uno y otro signo se estarán cuestionando qué más se debería haber hecho para amortiguar el alcance de la tragedia humana causada por la DANA. Y cuántos se interrogarán acerca de si la reacción de los servicios públicos fue lo urgente, precisa y eficaz, en horas, para intentar paliar en la medida de lo posible las graves consecuencias de una catástrofe natural que ha convertido una parte de la provincia de Valencia en zona de guerra.

Tras la riada, el horror se exhibe en toda su dimensión y el caos se extiende por el lodazal de las localidades anegadas, mientras los ciudadanos afrontan con resignación e impotencia una situación que está superando al propio Estado. No, España, sus gestores, sus responsables políticos están demostrando que no estaba preparada para lidiar con una adversidad de la naturaleza como la que ha devastado Valencia. La coordinación y las órdenes, antes, durante las horas críticas y posteriores de la riada, quedaron difuminadas entre la maraña de organismos autonómicos municipales y estatales, preñados de nóminas públicas y burocracias inagotables. No hay un protocolo único e invariable de ejecución inmediata por parte de un órgano formado por la Comunidad de turno y el Gobierno de la nación para aplicarlo en estos casos y no perderse en discusiones bizantinas sobre quién tiene la competencia y la autoridad para decidirlo.

Por el respeto a los muertos y a los damnificados, esta catástrofe no puede saldarse con otra riña de políticos irresponsables, más preocupados de echarle las culpas al adversario por no prever su magnitud o no estar respondiendo a los daños con la diligencia y celeridad debidas, que de analizar las responsabilidades colectivas, admitir los errores, si los hubo, y remediarlos a futuro.

Si Mazón no alertó a la población hasta que el agua inundaba casas y calles mientras los coches navegaban descontroladamente por aceras y calzadas, tampoco el gobierno de Sánchez reaccionó ante las alertas de la Aemet avisando a las poblaciones potencialmente señaladas por la DANA ; cosa que podía haber hecho la ministra portavoz en su habitual rueda de prensa tras el Consejo, el ministro de Transportes ordenando a Renfe suspender los AVE entre Madrid y Valencia y el de Interior a la DGT instándole a cerrar el tráfico de la A-3 y la A-7 en la Comunidad valenciana.

No hubo alerta general porque nadie supo vaticinar la dimensión del fenómeno atmosférico ni sus consecuencias letales. Tampoco el organismo más competente para ello, la Agencia Española de Meteorología, Aemet, aventuró en sus previsiones el alcance y magnitud de las precipitaciones, como me reconoció un responsable de la misma en Valencia . Mientras Meteo France, la agencia estatal de meteorología francesa, predijo más de 400 litros por metro cuadrado con inundaciones rápidas y riesgo para las personas, la Aemet evaluó el nivel rojo de su alarma en lluvias intensas de entre 100 y 180 litros, cuando en algunos puntos se llegó a los 500.

En los próximo días aflorará con más desvergüenza aún esa parte tóxica, miserable e inmoral de la política consistente en echarle la culpa de los muertos al adversario, confirmando que en las tragedias siempre aparece lo mejor y lo peor de la condición humana. Mientras la mayoría arrima el hombro solidariamente, unos cuantos se dedican al saqueo y al pillaje de tiendas, y otros a intentar sacar rédito electoral de la calamidad en vez de preguntarse por qué el Estado les ha fallado a los valencianos en esta hora tan amarga y dramática de sus vidas. ¿Por qué pasaron tres días desde la riada mortífera para que empezaran a activarse y ponerse al servicio de los damnificados todos los recursos del Estado, empezando por el Ejército, a sabiendas que decenas de personas seguían y siguen desaparecidas bajo las aguas de sótanos y garajes inundados, miles de ciudadanos continúan sin fluido eléctrico en sus inhóspitas casas o continúan atrapados en medio del barro y los coches que obstaculizan sus calles? ¿Serán capaces de poner orden entre tanto caos?

Y sobre todo, me pregunto, si entenderán que para evitar tragedias futuras es necesario analizar por qué las aguas que han inundado y sembrado de muerte Paiporta no fue por la lluvia que apenas cayó sobre esa población, sino por la que se precipitó kilómetros antes en cientos de litros sobre Utiel y Chiva y buscó su salida hacia el mar entre barrancos, cauces y ramblas anegándolo todo a su paso.

Entre llorar por la leche derramada en un ejercicio que conduce a la frustración y a la melancolía o enzarzarse en reproches inútiles de políticos de baja estofa, se sitúa la urgente necesidad de planificar y ejecutar las infraestructuras necesarias para evitar que el próximo año otra DANA lleve la devastación y la muerte a Valencia y ponga otra vez en evidencia al Estado por culpa de sus mediocres representantes políticos. ¿Serán capaces de hacerlo? Espero que no sea considerada como la pregunta del millón de dólares por falta de respuesta.