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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Cuando nada funciona

Las responsabilidades son visibles: Sánchez, como buen socialista, buscó rédito en la tragedia. Mazón, como buen popular, le ofreció su pescuezo. Ambos pudieron hacer lo debido, que era declarar la emergencia nacional el martes

Antes del martes trágico, uno sostenía que el deterioro político del sanchismo había acarreado el deterioro institucional. Algo gravísimo, pues cualquier intento de recuperar la democracia en España debía pasar por la regeneración del TC, de la Fiscalía, de RTVE, del Tribunal de Cuentas, del CGPJ y hasta de las empresas públicas o con participación pública, como Correos o Indra. Uno valoraba las posibilidades de descolonizar las instituciones, entes y órganos públicos tras el paso del malhechor político que a su sed de alabanzas y a su orgía de abusos familiares unía la canallada inconstitucional de la amnistía, los indultos, la eliminación del delito de sedición, la rebaja del de malversación, el impulso de la liberación de los presos de ETA antes de tiempo, y el retorno de la censura. En resumen, uno creía que limpiar los establos de Augias, aun siendo un trabajo hercúleo, era posible.

Uno no imaginaba que la podredumbre había afectado al funcionamiento mismo de las Administraciones Públicas, eso que permanece mientras los gobiernos, y hasta los regímenes, pasan. Sabíamos que su vis expansiva era terrible, que habían pasado a ocuparse de todo, puesto que en la era woke todo es política, y por tanto todo es público, y por tanto no hay esfera privada. Un horror que seguíamos acotando a la esfera política, o a la guerra cultural que la izquierda había ganado por incomparecencia de una derecha vergonzante. Es muy difícil confiar en la normal alternancia cuando la izquierda gobernante patrimonializa el Estado y la oposición mayoritaria asimila su ideología (en Bruselas se ve con nitidez). Cuando las instituciones dejan de cumplir con su papel por defecto (Transparencia) o por exceso (TC haciendo de Supremo). Pero si son las administraciones las que no funcionan, entonces es el caos. Terra incognita para todos los españoles vivos.

Hasta la catástrofe de Valencia. Las responsabilidades son visibles: Sánchez, como buen socialista, buscó rédito en la tragedia. Mazón, como buen popular, le ofreció su pescuezo. Ambos pudieron hacer lo debido, que era declarar la emergencia nacional el martes. Ninguno lo hizo. Más allá de la habitual iniquidad del uno y de la inesperada torpeza del otro, el Estado tiene que funcionar solo, como una máquina, cuando una catástrofe natural se lleva la vida, hacienda y esperanzas de sus ciudadanos. De Francia a El Salvador, de Argentina a Portugal dieron por hecho ese automatismo y ofrecieron colaboración. Obtuvieron silencio. Una extensión semántica del silencio administrativo, el silencio de un espantapájaros que nos martiriza a impuestos. Si esto no es un Estado fallido, se parece mucho. Como siempre en nuestra historia, la Nación sí respondió. Pero sin todos los recursos del Ejército no se podían realizar tareas urgentísimas (como, por ejemplo, dragar los parkings que pronto nos horrorizarán). Movido por el cálculo, Sánchez alegó que Mazón debía pedirlo. Lo cual es falso, aunque Mazón sí podía pedirlo y tardó, y tardó. Es la tormenta perfecta. Como en octubre de 2017, solo el Rey nos ha dejado la esperanza.