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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez: una gestión de horror

Si Sánchez ha ordenado una movilización histórica el domingo podía haberlo hecho el martes. Y punto

Begoña Gómez va a declarar a los juzgados como imputada con más policías a su servicio, movilizados más rápido y con mejores recursos, que los cientos de miles de valencianos abandonados a su suerte antes, durante y después de la más que previsible gota fría que cualquier marinero o agricultor con algo de experiencia hubiera detectado mirando al cielo.

También lo hizo la Aemet, pese a estar presidida por una ingeniera que lo mismo vale para el transporte que para la meteorología que para el deporte, Correos o la Casa Árabe si tiene el apellido correcto o la filiación necesaria, según la costumbre tan sanchista de colocar a uno de los suyos hasta en el último rincón del Estado, aunque luego no sepa pegar un sello ni hacer la O con un canuto.

El abrumador contraste entre los recursos que se concede a sí mismo el poder y lo que les deja a los ciudadanos se resume en ese cordón policial que acompaña a la catedrática de cartón piedra y el escandaloso abandono de la inmensa masa de ciudadanos anónimos que han tenido la mala suerte de ser españoles en una región que vota mal, a juicio del incompetente que, para él sí, moviliza habitualmente un helicóptero, decenas de ayudantes inservibles y dos aviones en cada uno de sus viajes: uno para ir cómodo y otro por si se rompe el primero.

De haber sido clientes de una mafia del tráfico de seres humanos con conexiones yihadistas, en vez de valencianos, que es más factible que ser Begoña Gómez, también hubieran tenido, merecidamente y desde el primer momento, hoteles, víveres, mantas, aviones y campamentos con tres comidas al día, aunque sea a costa de provocar un «efecto llamada» que ha duplicado la mortalidad en el mar.

Como de haber sido miembros de la sospechosa UNRWA palestina hubiesen logrado rápidamente una movilización política, retórica y millonaria de ese mismo Sánchez que lleva cuatro días diciendo que una emergencia nacional no es asunto suyo si no se lo piden de rodillas, como si el comandante necesitara permiso del sargento para tomar una colina.

No como Palestina, la fiscalidad de la Comunidad de Madrid, el cambio climático en el Ártico, los horarios de los restaurantes, las elecciones en Argentina o los coches eléctricos chinos, asuntos que requieren urgentemente de su liderazgo para encontrar un camino hacia la luz.

El mismo personaje que confinó inconstitucionalmente a toda España para borrar la huella previa de su negligencia en la transmisión masiva del virus ha optado por una respuesta antagónica pero igual de penosa y artera: no hacer nada para que parezca un problema ajeno y se diluya el inaceptable error de permitir que llegara el apocalipsis sin ningún antídoto activado que, aceptados los inevitables daños materiales, evitara los humanos.

Y el mismo que se salta la Constitución, el Código Penal, al Senado, al Poder Legislativo y al Judicial, se aferra ahora a una interpretación falaz de las normas para colar la burda de mentira de que un reglamentito regional pesa más que una lista infinita de leyes nacionales de mayor jerarquía, a la cabeza de las cuales están siempre el sentido común y la decencia.

Sánchez es responsable de no haber adoptado las medidas preventivas imprescindibles antes de que la gota fría descargara, porque hasta en su versión más leve era ya terrible y solo él puede traducir un aviso tuitero de la Aemet, dirigida por otra enchufada como todo en su Régimen, en una respuesta del Estado, que era bien sencilla: desalojar algunos pueblos, cerrar el tráfico por carretera y dejar a la gente en sus casas. Justo lo que pidió con la tragedia ya consumada, con una demora inaceptable.

Y es culpable también, aquí con mayor claridad si cabe, de haber mirado para otro lado durante interminables días de atroz abandono de los afectados, entre cadáveres, barro y una miserable ausencia de lo más elemental para sobrevivir.

Que podía haber actuado antes lo demuestra la evidencia de que lo ha hecho cuando le ha parecido que su intento de cargarle el marrón a Mazón en exclusiva no colaba y que toda España le miraba a él: si el sábado decidió movilizar al mayor contingente «en tiempos de paz», pudo haberlo hecho el martes, sin prolongar el martirio de las víctimas.

Ya se puede poner el equipo nacional de Opinión Sincronizada a esparcir bulos leguleyos y a disparar al presidente valenciano, que debió recriminarle primero a Sánchez su irresponsabilidad previa y después su desprecio humanitario en lugar de parecer un obediente gobernador civil, que los hechos no cambian: mientras miles de civiles accedían en coche o a pie a las «zonas cero» a ayudar con sus propias manos, miles de militares, guardias civiles, policías y bomberos esperaban, frustrados y al borde de la insurgencia, una orden que solo alguien podía darles y no les dio.

Se llama Pedro Sánchez y, simplemente, su gestión ha sido horrorosa y de ello, como de tantas cosas, deberá rendir cuentas. Esta vez ha llegado demasiado lejos.

Posdata. La imagen de Sánchez huyendo de Valencia y del Rey dando la cara ante los vecinos indignados debe tener unas profundas consecuencias a corto plazo. Aunque ahora la maquinaria de propaganda quiera repartir solidariamente entre todos la impecable respuesta del pueblo al abandono, la protesta es contra el presidente del Gobierno por mirar para otro lado antes de la hecatombe y no hacer nada después.

Felipe VI se la ha jugado yendo con él, pero en el momento de la verdad ha estado donde se espera de él: dando la cara y repartiendo abrazos. Nada será igual en adelante: el respeto institucional no puede seguir incluyendo la complicidad con el infame sin contagiarse. El Jefe de Estado lo ha entendido y se ha ganado un futuro que, de haberse fugado también, no tendría sencillo asegurar.