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Enrique García-Máiquez

Una vez que se prueban

Los jóvenes han sido capaces de organizarse muy bien, muy rápido y con una gran capacidad de trabajo. Han llegado muchas veces mucho antes que la ayuda oficial, a pesar de los medios que supuestamente tienen los que cobran nuestros impuestos

En las peores circunstancias sale a relucir lo mejor del ser humano: la resistencia, la fraternidad, el heroísmo de tantos valencianos y voluntarios. Y algo especialmente emocionante y que debería llamar la atención de sociólogos y periodistas: el protagonismo que han adquirido los jóvenes en la vanguardia de la movilización y la ayuda. Sin buscarlo en absoluto. Han estado concentrados en lo suyo, organizando con rapidez, incansablemente y sin adornos superfluos la ayuda a Valencia desde todas las partes de España. Incluso en el ejército, han sido los jóvenes marineros y soldados los que han pedido a sus mandos ponerse en marcha.

A partir de ahora cualquier crítica a los jóvenes deberá tener en cuenta el ejemplo de estos días. ¿Que no son todos los jóvenes? ¿Y qué? A ver si vamos a quedarnos con los más flojos para describir una generación, cuando podemos hacerlo por los más excelentes, que han sido tantos y que redimen a sus coetáneos.

Se les quiere descalificar como «juventud patriota», y naturalmente que lo son. No pensaría nadie que iba a movilizarse la juventud pasota, ¿verdad? Se demuestra una vez más que las ideas tienen consecuencias. Los que respetan a la nación son los capaces, en consecuencia, de sacrificarse por sus compatriotas. El amor moviliza más y, sobre todo, mucho mejor que el odio. La fe mueve montañas, incluso de barro. Si sembramos el nihilismo, recogemos egoísmos, victimismo, impotencia, debilidad. Sin querer, estos jóvenes solidarios nos dan otra lección indirecta: lo que uno tiene en el corazón es lo que sale a la boca y a las manos en los momentos difíciles. La juventud impermeable a la lluvia fina del adoctrinamiento postmoderno es la que ha dado el do de pecho de la revuelta. Lógico.

También es una buena noticia, aunque mala para los partidos políticos, que preferirían tener la exclusiva de la movilización social. Los jóvenes han sido capaces de organizarse muy bien, muy rápido y con una gran capacidad de trabajo. Han llegado muchas veces mucho antes que la ayuda oficial, a pesar de los medios que supuestamente tienen los que cobran nuestros impuestos, y mucho antes que muchas ONGs especializadas y con personal en nómina. Esto no lo celebro, porque ojalá hubiesen llegado todos y antes; sino que lo constato. Importa porque a veces se ha considerado una carencia de la democracia española la ausencia de una verdadera sociedad civil. Yo creo que siempre la hubo, pero esta vez se la ha visto con más energía que nunca.

Tanta, que ya no va a parar. Lo que la ha puesto en movimiento es algo superior que la tragedia: el patriotismo, la solidaridad, la preocupación por España, la desconfianza hacia los políticos…; y cuando pase la tragedia y se limpien las calles y los valencianos vuelvan a una relativa normalidad, ellos van a seguir. No se han movilizado para enseguida quedarse quietos estos jóvenes que tienen la fuerza, la nobleza, el idealismo y la disposición a no dejarse arrebatar ni su nación ni su futuro (valga la redundancia). Las imágenes, los lemas, las seguras amistades, los nuevos liderazgos, la satisfacción íntima del deber cumplido, la grandeza del alma, el señorío del espíritu, el valor, una vez que se prueban, no se abandonan jamás.

A veces algunos de estos jóvenes venían gastando bromas (medio veras) contra sus mayores generacionales, llamados boomers. A mí, enemigo de toda división que reste, me fastidiaban los pellizquitos de unos contra otros. Ahora, como los mayores también han aportado mucho y muchos han viajado a Valencia, habrán visto que la unión aumenta la fuerza; pero, con todo, el derecho de bromear con los boomers se lo han ganado a pulso estos días. Y también, mi reverencia.