¡Ay, ay, ay, qué susto, Begoña!
Y el Rey dando la cara, como la Reina, y también Mazón, que supo entender que su deber no era otro que estar junto al Rey
Así llegó a casa, a La Moncloa, el presidente cobarde. El presidente inhumano. «Si quieren ayuda, que la pidan». Se sumó a la visita de los Reyes a Paiporta, escenario de la muerte y el barro. Su presencia, camuflada en el prestigio de los Reyes, encendió la ira. El resumen del comportamiento del cobarde almodovoriano más brillante de la prensa española se le debe al gran dibujante de ABC JM Nieto. La Corona Real sirviendo de refugio al asustado conejo. Se esconde en su interior. Dos escoltas le tranquilizan. –Ya se han ido todos. Puede salir el señor presidente–. Dos ojitos asustados miran con terror lo que ocurre. Lo que ocurre en la calle. Un Rey valiente, injustamente insultado por alguno, se enfrenta y habla con los afectados. Una Reina rota por la angustia y receptora de un misil de barro seco en su rostro. Un presidente autonómico, que soporta los agravios sin moverse del lado del Rey. El Rey termina abrazado a los que, en principio, le insultaban. Los ojitos escondidos bajo la Corona, al fin, salen a la luz. Y todos, los ojitos, el dueño de los ojitos, y los escoltas, corren hacia los coches. El presidente del Gobierno abandona al Rey huyendo como una gacela asustada. Y el Rey sigue en el fango y entre la gente, y les dice que tienen razón, que el Estado tenía que haber reaccionado al momento. Bomberos franceses, bomberos de Madrid, bomberos de Bilbao, no entienden que hayan despreciado sus servicios. El Rey ordenó que la Unidad militar bajo su mando directo, la Guardia Real, se trasladara con casi la mitad de sus efectivos a Valencia. El resto de las Fuerzas Armadas, incrédulas, aguardan la orden de la asimétrica ministra de Defensa. Como la Guardia Civil y la Policía, esperan la autorización de Marlasca. De haber actuado en el momento oportuno, igual de fuerte habría sido la riada y el barro, pero muchos de los fallecidos estarían con vida. Y el Rey, sin perder el aplomo, no como la comadreja en fuga, se enfrentó al dolor, la ira y la incomprensión de los afectados, y éstos terminaron por abrazarse a su Rey, que demostró por qué es el Rey y el otro un taimado, un cobarde y un mentiroso. Cuando los escoltas del «¡ Ay ay ay ay qué susto tengo!» alcanzó el coche blindado de su salvación, ocupó su asiento con expresión de folclórica en el entierro de una tía, desolada, impregnada de sobreactuación, con sus ojos intentando descubrir en las cercanías la amable silueta de su helicóptero.
Y el Rey dando la cara, como la Reina, y también Mazón, que supo entender que su deber no era otro que estar junto al Rey.
La ministra de Defensa, la cínica Margarita Robles, había descabezado la jerarquía militar al Jefe del Estado Mayor de la Defensa, y por ello, a los Jefes del Estado Mayor de Tierra, Mar y Aire. Todo sospechoso. Pero el coraje del Rey puso en ridículo a la corza asustada y a sus inmediatos colaboradores. Inchaurrondo mintió en TVE. Beatriz Talegón, representante de una izquierda radical y monolítica, elogió al Rey, a la Reina y no dudó en repetir en diferentes fases de su debate que «Sánchez es un cobarde». Un Rey con honor y un político cobarde, que ya ha quedado para el deshecho de tienta. El primer general de la UME, Fulgencio Coll, el creador de espíritu de la UME, ha reconocido que «hay una frustración tremenda en el Ejército», y que considera «imperdonable la actitud del Gobierno que tendría que haber asumido el dispositivo de socorro, como en cualquier emergencia nacional, desde el primer momento».
Una breve rueda de prensa improvisada. El Rey, la Reina, y Mazón con los zapatos embarrados y Sánchez con sus italianos impolutos.
El Rey ha anunciado una inmediata segunda visita a diferentes localidades masacradas. Sánchez está en La Moncloa, como Almodóvar cuando le anuncian que los cines donde se proyectan sus películas están vacíos. Tirándose de los pelos. La raposa ha concluido que todos los que le silbaron, le abuchearon, le insultaron y le obligaron a huir son «violentos marginales». No contento con su perversidad, insulta. De haber sido «violentos marginales» Sánchez no habría llegado a los coches, ni le hubieran permitido escapar de Paiporta. El honor y el sitio, los puso el Rey. El terror y el histerismo, el gran cobarde.
Usted ya no está para nada. Sólo le queda el consuelo de volver a la Moncloa, y abrazarse a quien comparte su vida y sus oscuridades éticas con «¡Ay, Ay, ay, que susto he pasado Begoña!».
Y Viva el Rey, con un par de cojones.