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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Diferencias

Llegan a Valencia procedentes de toda España cargamentos de alimentos, medicinas y ropa. El Estado no ha funcionado, pero España sí. De lo que no hay duda es que, de aquel socialismo de 1983 a este comunismo de 2024 hay una gran diferencia. Aquellos ayudaron a salvar. Los de ahora, todo lo contrario

El 26 de agosto de 1983 se ennegreció como tinta de calamar el cielo de Comillas. Y cayeron casi dos centenares de litros por metro cuadrado, inundando prados, aislando barrios y aldeas y convirtiendo en barrizales sendas y caminos. Pero la tragedia se centró en la vecina Vizcaya. En 24 horas, 1.500 toneladas de agua se precipitaron sobre Llodio –Álava–, Baracaldo, Arrigorriaga, Basauri, Galdácano, y con especial crueldad, en el Casco Viejo y el barrio de la Peña de la capital vizcaína. Inmediatamente, el presidente del Gobierno, el todavía novato Felipe González, envió a 10.000 militares a Bilbao, y reforzó con más efectivos de la Guardia Civil y la Policía Nacional, a los allí destinados. Llegaron bomberos de todas partes y los daños, humanos y materiales fueron inmensos, pero dentro del drama, medidos. Los Reyes acudieron de inmediato, y fueron recibidos e informados por el entonces Lendakari Carlos Garaicoechea. El Estado reaccionó , si bien hubo que lamentar 43 fallecidos, 5 desaparecidos y miles de tragedias y ruinas personales. A principios de septiembre, los que hoy apoyan con sus votos al Gobierno de Sánchez, asesinaron de un disparo en la nuca a un guardia civil, que se había dejado el alma ayudando a los ciudadanos desamparados, aislados, y atemorizados por la riada. Antonio Mingote lo sintetizó en un dibujo prodigioso, que Luis María Ansón, convirtió en portada de ABC. Un guardia civil, con el agua cubriéndole hasta el pecho, llevaba sobre sus hombros a un anciano casero que le había pedido ayuda.

El dibujo, grandioso por sí mismo, resumen de la generosidad y el sentido del servicio y el deber de la Institución Benemérita, lloraba un comentario: «Han asesinado a este guardia civil».

El desastre de Valencia en nada puede compararse con el de Bilbao. Sánchez se negó a movilizar a las Fuerzas Armadas, permitiendo tan sólo la presencia de 1.000 soldados de la UME. El Estado no existió. «Si quieren ayuda, que la pidan», vomitó desde su odiosa prepotencia e inhumanidad. Se refugió en los Reyes para visitar la población más afectada e indignada, Paiporta. Mientras los Reyes daban la cara, Sánchez huyó como un conejo. Según parece, una de las personas que le increpaban le lanzó un palo que no dio en el objetivo. Y Sánchez coordinó entre sus medios de comunicación comprados y apesebrados con el dinero público, la explicación de los hechos. Que fue agredido por elementos de la extrema derecha, lo cual ha sido desmentido por las Fuerzas de Seguridad del Estado. A Sánchez le fallaron las piernas, se le doblaron las pantorrillas, y ordenó ser evacuado en uno de sus coches, porque se estercoló de miedo.

Y entretanto, El Rey dialogando con la indignación del pueblo, y Mazón, soportando la ira por permanecer al lado del Rey. Para colmo, el mochales fugitivo de Waterloo celebrando la ausencia del Estado y animando a los valencianos, alicantinos y castellonenses a incorporarse a la estafa de los llamados Países Catalanes. Tarde y mal han llegado las ayudas, y Marlasca guarda bajo llave la realidad del desastre. Creo que jamás sabremos el número de fallecidos en Valencia. Igual que el Covid.

Amancio Ortega ha donado cien millones de euros a los valencianos que se han quedado sin nada. Ni una mueca de gratitud por parte de la ultraizquierda rencorosa y cretina. Llegan a Valencia procedentes de toda España cargamentos de alimentos, medicinas y ropa. El Estado no ha funcionado, pero España sí. De lo que no hay duda es que, de aquel socialismo de 1983 a este comunismo de 2024 hay una gran diferencia. Aquellos ayudaron a salvar. Los de ahora, todo lo contrario.

Este Gobierno merece una larga estancia en la cárcel. Y el periodismo comprado, la pública reprobación. Al menos, carecen del talento y del cinismo del que fuera un gran periodista adicto al Movimiento. Se le atribuían extraños cambios de opinión. «Es totalmente falsa la acusación de que yo me vendo. Yo no me he vendido jamás. Otra cosa es que de cuando en cuando me haya visto inducido a alquilarme».

Y gracias de nuevo, una vez más, don Amancio.