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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Tocata y fuga del señor presidente

Preciso era salvar del fango su bello terno y su no menos bello rostro. ¿Qué podía importar, al lado de eso, la integridad de un Jefe del Estado? Palabras oficiales del Gobierno de España: Pedro Sánchez fue evacuado, no porque él lo quisiera, sino por decisión soberana de sus escoltas

Actualizada 01:30

Salir huyendo ante la ira de quienes lo habían perdido todo, no es lo más infame que haya cometido Pedro Sánchez en estos años suyos de gobierno. Puede que ni siquiera sea lo más deshonroso.

Las imputaciones judiciales, abiertas en torno al enriquecimiento de esposa, hermano, ministro de Transportes, así de todos cuantos componían el círculo más íntimo de la Moncloa, poseen una gravedad no comparable a nada. El ministro Ábalos y su Koldo de compañía derecha están siendo investigados por algo que es muy benévolo llamar saqueo; en los tiempos en que la gente moría a miles, además. El asalto académico de Begoña Gómez a las instancias docentes para las cuales carece de otra titulación que no sea la de su acta matrimonial, llega a un extremo de ridículo que ni en la más tribal aldea africana sería soportable. La elevación a los altares líricos y financieros del perfectamente ignoto hermano orquestal del presidente, mueve a la avalancha de burlas que recorren redes y conservatorios. Que, tras su imputación y el registro por la Guardia Civil de su despacho, el fiscal general siga en su puesto, porque así conviene a la seguridad de la familia que habita en Moncloa, se juzgaría obsceno en cualquier país garantista.

Y, sin embargo, lo que quedará en la memoria como inimaginable, lo que así aparece ya en buena parte de los titulares de la prensa internacional es la huida desbocada de un primer ministro que ni siquiera se detiene a valorar la situación en la que deja al Jefe del Estado y a su esposa. ¿Una descortesía? Sí. En rigor, más: una de esas zafiedades que definen a un hombre como un gañán para el resto de sus días. No, no recordaremos, dentro de unos años, a Pedro Sánchez como el mal tipo que se empeñó en derruir un poder judicial al que sabía hostil a su designio de concentrar en sus solas manos todos los poderes. No, no recordaremos al hombre que, en tiempos de pandemia, hacía ricos, especulando con mascarillas, a los más fieles de sus siervos ministeriales. Ni siquiera quedará un átomo de memoria para el ignoto músico que, por ser hermano menor de un presidente, pudo beneficiarse de cargo y sueldo que no merecía… No. Pasados unos decenios, Pedro Sánchez quedará en los libros de historia —e inmortalizado en fotos y vídeos— como el ridículo presidente que huye, aterrado, de una masa de ciudadanos que han perdido sus bienes, sus casas, que no saben aún si el próximo cadáver que vaya a emerger del barro será el de un hijo, el de una esposa, un padre… Y, adherido indeleblemente a su espalda, quedará ese escarnio, ayer mismo, acuñado aquí por Luis Ventoso: «¡Corre, Conejo!»

¡Corre…! ¿Puede haber algo peor? Sí, puede. Lo hubo. Fue al día siguiente, cuando el triste pusilánime dio a sus ministros la orden de justificar su hazaña de patán medroso. Preciso era salvar del fango su bello terno y su no menos bello rostro. ¿Qué podía importar, al lado de eso, la integridad de un Jefe del Estado? Palabras oficiales del Gobierno de España: Pedro Sánchez fue evacuado, no porque él lo quisiera, sino por decisión soberana de sus escoltas, en «aplicación del protocolo de seguridad». Un protocolo que, naturalmente, no tenía por qué ocuparse de los reyes de España. No fue el presidente del gobierno. Fueron sus escoltas: que ellos carguen con el peso del deshonor. Es una revelación: en España, no manda un presidente, mandan sus escoltas. Bien está saberlo.

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