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Desde la almenaAna Samboal

La democracia, en pruebas

Lo sorprendente de la reacción en España es que los mismos que ahora se muestran horrorizados por la turba armada que apoya a Trump aplaudieran no hace tanto a Pablo Iglesias cuando llamaba a asaltar el Congreso

Horas después de la apabullante victoria de Trump en Estados Unidos, resulta harto complicado hacer un pronóstico de lo que puede suponer su mandato. El asalto al Capitolio con el que concluyó su paso previo por la Casa Blanca asusta. Sus exabruptos a lo largo de la campaña son extraordinariamente preocupantes, aunque ya sabemos que una cosa son los mítines y otra bien distinta gobernar. Lo que sí parece obvio es que entre la ideología woke que se fija como prioridad el aborto y divide al mundo entre verdes y malos y el populismo que promete recuperar a base de ordeno y mando la grandeza perdida de un imperio, han elegido lo segundo. Y no estaría de más que nos preguntemos por la causa. Los más fieles a Biden seguro que ya tienen las respuestas.

Lejos de intentar desentrañar los porqués del mandato inapelable de los norteamericanos, gentes con las que compartimos historia, cultura, valores y temores, por estas latitudes, hemos decidido echarnos las manos a la cabeza. De la ilusión por una larga noche electoral, pasamos a las caras y gestos demudados en la pantalla para concluir a media mañana con el espanto pintado en el rostro. Lo sorprendente de la reacción en España es que los mismos que ahora se muestran horrorizados por la turba armada que apoya a Trump aplaudieran no hace tanto a Pablo Iglesias cuando llamaba a asaltar el Congreso. Los mismos que se asustan porque el próximo presidente de los Estados Unidos muestre tics autoritarios más que evidentes, justificaron a un Pedro Sánchez sin mayorías garantizadas cuando se dispuso públicamente a gobernar de espaldas al parlamento. Los mismos a los que se les nubla la vista porque el Tribunal Supremo de Estados Unidos sea de mayoría conservadora, celebran la colonización por la Moncloa del CIS, el INE, el CGPJ, los medios de comunicación o lo que se tercie.

Bien es cierto que, aunque revestidos con distintos ropajes ideológicos, los perfiles son muy similares. Y eso es precisamente lo que induce al desasosiego. No solo porque en las democracias liberales se estén restringiendo espacios de libertad y derechos, sino porque solo la mitad de la población lo celebra o lo condena, según comulgue o no con el gobernante de turno. Afortunadamente para los norteamericanos, su entramado institucional ha demostrado en múltiples ocasiones la fortaleza para aguantar los embates de los que quieren deteriorarlo o destruirlo. En nuestra joven democracia, es todavía una incógnita. Ahora es cuando se está poniendo a prueba.