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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Mazón, mal, pero eso no salva a Sánchez

La torpeza del valenciano en el día de la DANA no exime al presidente del Gobierno de su error de lavarse las manos y de su cobardía en Paiporta

En el momento en que escribo la cifra de muertos por la DANA alcanza los 219 en toda España, más 78 desaparecidos. Además, hay vecindades arrasadas y están en marcha unos trabajos ingentes de limpieza y reconstrucción, que durarán meses. Eso es lo realmente importante. Pero once días después de la catástrofe es necesario enunciar además unas cuantas conclusiones que se han tornado evidentes:

1.— El hombre jamás podrá controlar por completo la furia de la naturaleza cuando se desata. No existe la seguridad total. Si en una localidad valenciana llueve en una sola hora más que en todo un año en la región, la catástrofe será inevitable, aunque gobierne el mismísimo Pericles. Siempre habrá un reguero de muerte y destrucción. Lo explicó ayer muy bien el general jefe de la UME con su comparación de que aquello fue como si el río Ebro irrumpiese repentinamente y con toda su fuerza en algunas localidades.

2.— La reacción ante la catástrofe pone en evidencia que nuestro modelo de Estado, duplicado, confuso y construido a trompicones, no funciona bien ante las emergencias, como ya se había visto en la pandemia. Si un país tiene un Gobierno, se supone que si surge un hecho absolutamente extraordinario se ocupará de él. Pero al parecer no es el caso. Resultado de la triple administración: una chapuza con dolorosos costes.

3.— El presidente de la Comunidad de Valencia, Carlos Mazón, no estuvo en su sitio en la primera jornada de la catástrofe, llegando tarde al Comité de Emergencia. Tampoco ha acertado al no explicar claramente qué estaba haciendo en aquellos momentos (comer con una periodista, en un almuerzo ciertamente largo). El Gobierno autonómico mandó además la alerta muy tarde. El hecho de que la consejera al frente de la crisis haya declarado que no sabía que existían tales alertas (aunque luego se desdijo) ronda ya el delirio. Por todo ello, pasado el pico de la emergencia habrán de asumir sus responsabilidades políticas. También Vox deberá reflexionar. Ellos llevaban en el Gobierno de Mazón la consejería a la que ahora le ha tocado lidiar con el envite, y acertadamente habían implantado en su día el sistema de alertas. Pero dieron la espantada abandonando el Ejecutivo valenciano. Han preferido comentar desde la barrera y hacer oposición a servir a los ciudadanos desde los puestos de gestión.

4.— El cañón mediático y propagandístico del PSOE está intentando tapar con un error todavía mayor. Es decir, están utilizando las torpezas de Mazón para opacar el imperdonable comportamiento de Sánchez. Pero los errores del presidente valenciano no eximen a Sánchez de las vergüenzas de lavarse las manos ante la crisis (aquel «si quieren ayuda, que la pidan», que quedará en los anales de sus oprobios) y de su cobarde comportamiento ante la protesta de Paiporta, cuando puso pies en polvorosa dejando tirados a los Reyes. Si Mazón tiene que irse, desde luego Sánchez tiene que hacerlo todavía antes, porque a su execrable comportamiento pasota ante esta catástrofe une los desdoros de tener imputado a su antiguo brazo derecho Ábalos, a su mujer, a su hermano y, de propina, a un fiscal general que ve a la Guardia Civil registrando su despacho. Sánchez y su partido no están para dar una sola lección, ni de competencia ante una crisis, ni de moral.

Merece también un capítulo Teresa Ribera, que en un tema que la incumbía directísimamente estuvo perfectamente desaparecida, porque estaba muy ocupada preparando el examen para ser comisaria europea con un sueldo que nunca soñó. Y aún así, tras esa bochornosa dejación de funciones, Ribera ha tenido el cuajo de salir en la noche del viernes a enredar contra Mazón a través de medios afines.

5.— Me gustaría que mi país tuviese un Gobierno que gobierna, que se encarga de las cosas, y unos partidos políticos capaces de envainar los puñales por unas horas para unirse como una sola fuerza ante una emergencia nacional. Pero no es el caso, y por desgracia no creo que lo sea nunca. El Rey y la sociedad civil se han quedado como los oasis de templanza y sentido del deber en toda esta tragedia.