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VertebralMariona Gumpert

Hartazgo y (cierta) esperanza

La reacción de la juventud ante lo ocurrido en Valencia es una muestra palpable del cambio de ciclo. Menos mal que ellos vienen llenos de energía y ganas, pues el desapego por la política es cada vez mayor

Una columna me manda hacer El Debate

que en mi vida me he visto en tanto aprieto;

catorce versos dicen que es soneto;

burla burlando van los tres delante.

¿Y dónde está el aprieto? En la desafección creciente por la política que, me temo, cada vez compartimos más ciudadanos. Sí, incluidos los que nos dedicamos a esto de forma «profesional». ¿Por qué el entrecomillado? Hay dos definiciones, al menos, para este palabro. Una, la de alguien que domina a fondo un asunto de una forma, digamos, técnica. Aquí profesional es quien viene a arreglarte la lavadora o te ajusta la medicación. La otra acepción es la del vendemotos que sabe cómo, cuándo y dónde moverse para ser aupado y promovido, aunque su «profesionalidad» (técnica y ética) brille por su ausencia.

No nos engañemos, profesionales del morro y la autopromoción permean todas las capas de la vida. Cualquiera con diez años cotizados en cualquier campo sabe de lo que hablo. Es más, existen desde hace tiempo profesionales de lo «profesional», los graduados en Publicidad, Marketing y derivados. Estas licenciaturas no inventaron nada nuevo, solo canalizaron un saber-hacer bastante antiguo. Al mismo Goebbels le debió bastar —imagino— con conocer aquello del panem et circenses, un lema que solo recogía un conocimiento de siglos. No hablo de Platón o Aristóteles, sino de sus predecesores sofistas, que ya asumieron como algo inevitable lo que hoy nos parece novedoso, a saber, el poder de un sencillo —y falso— sintagma: todo es relato.

Así pues, a los profesionales-no-profesionales (¿se me entiende?) de la opinión se nos vuelve complicado escribir algo en condiciones estos días. A mi padre (médico) le he comentado alguna vez resultados preocupantes de pruebas, advirtiéndole antes: «te lo cuento como galeno, no como padre, no se lo digas a mamá». Mi intención es no preocupar a mi madre o hermanos hasta tener un diagnóstico claro. Entiendo que al pobre hombre le pongo en un apuro, pues es padre y marido antes que nada. Pero se debe a su secreto profesional.

Hoy, me temo, no estoy a la altura de las circunstancias de mi condición de profesional. Me pesa la parte ciudadana. La ciudadana que no entiende por qué se intenta blanquear a Mazón, pues Sánchez es peor. Después nos quejamos de la gente que sigue votando al PSOE porque la alternativa es la supercalifragilisticoexpialidosa-extrema-derecha. Como profesional me pregunto, asimismo, ¿de qué sirve intentar tapar el sol con un dedo? ¿No tendría más sentido asumir la realidad y, en consecuencia, arremeter contra todos los líderes implicados?

Habrá quien piense que estas reflexiones son ingenuas y que, por tanto, de profesional tengo entre cero y nada. Es posible. Es posible cuando la visión es cortoplacista, cuando uno es tan profesional de la última noticia y de la septuagésima cortina de humo que al final se vuelve incapaz de tener una visión de conjunto. La política como partida de Risk en la que políticos y sus tentáculos mediáticos cantinflean a diestra y siniestra, con cara de consternación y circunstancias. Cuando bajan al barro —nunca mejor dicho— a entrevistar a ciudadanos de a pie acaban cortando emisiones en directo porque Fulano Fulánez les avisa del mal que han de morir todos. Cuánto lobo solitario, qué cosas.

Después llegan las elecciones y viene el llanto y rechinar de dientes. Lo hemos visto en EE. UU. En España estamos unos pasitos por detrás, pero la reacción de la juventud ante lo ocurrido en Valencia es una muestra palpable del cambio de ciclo. Menos mal que ellos vienen llenos de energía y ganas, pues el desapego por la política es cada vez mayor entre los que ya no cumpliremos treinta años. Solo queda esperar que ese nuevo ímpetu sea bien canalizado por profesionales —en el buen sentido del término— de la comunicación y la política, sí, pero también de las humanidades, para no acabar en el día de la marmota de las revueltas juveniles. Podrían empezar por contarles qué fue el 15-M y en qué quedó todo. En realidad, podrían empezar por cualquier sitio. Solo hace falta un poco de sentido común, cierta formación humanística y, sobre todo, mucho amor por la verdad.