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El observadorFlorentino Portero

El futuro de nuestra relación con Estados Unidos

Con el paso del tiempo la preocupación por la deriva de la política exterior española ha crecido entre las elites washingtonianas, mermando la confianza que está en la base de toda relación

La relación con Estados Unidos es uno de los pilares de nuestra política exterior desde los días de la Guerra Civil. El tiempo pasa, las circunstancias cambian, pero tanto en el plano bilateral como en el multilateral el vínculo que tenemos con esa gran potencia supone una de las claves de nuestra estrategia de seguridad nacional en su más amplio sentido. Con la vuelta de Trump a la Casa Blanca es normal que tanto nosotros como nuestros aliados europeos valoremos en qué medida esa relación va a cambiar y va a suponer un refuerzo o una amenaza para nuestros intereses.

En esta ocasión quisiera detenerme en lo relativo a nuestra relación bilateral. El Partido Socialista celebró la victoria de Biden y la llegada de una Administración «progresista», supuestamente más cercana a su visión de cómo había que gestionar la política internacional. Sin embargo, por mucho que Sánchez trató de establecer una relación fluida con el presidente de Estados Unidos la realidad es que, con la sola excepción de la Cumbre Atlántica de Madrid, en la que Biden se mostró colaborador con el anfitrión, tanto antes como después se impuso una prudencial distancia a nuestros dirigentes y representantes diplomáticos. Es más, con el paso del tiempo la preocupación por la deriva de la política exterior española ha crecido entre las elites washingtonianas, mermando la confianza que está en la base de toda relación.

Lo que en un principio eran casos aislados ha ido tomando la forma de una política más coherente y enfrentada a los intereses norteamericanos y atlánticos. Repasemos algunos de los hitos más significativos.

1. La constitución de un gobierno con formaciones de extrema izquierda dispuestas a alterar el orden constitucional y con estrechos lazos con el régimen islamista de Irán. Una deriva que ha ido asumiendo paulatinamente el propio Partido Socialista ¿Era prudente compartir información con un gobierno de esas características? ¿Se le podía tratar como un aliado?

2. El control partidista y el vaciamiento de competencias del Centro Nacional de Inteligencia, con la intención de que no se convirtiera en un obstáculo para las acciones del gobierno que pudieran colisionar con la seguridad nacional.

3. El estrechamiento del vínculo con el narco régimen bolivariano de Venezuela, asumiendo la herencia recibida de Rodríguez Zapatero y profundizando en la relación ideológica y delictiva. Un vínculo que afecta al conjunto de la presencia española en Hispanoamérica, en línea con el Grupo de Puebla y a costa de nuestro papel tradicional defendiendo la democracia en el marco de las cumbres iberoamericanas.

4. La disposición a dar cobertura al discurso de Hamás y la denuncia del comportamiento de Israel, haciendo el juego al Eje de Resistencia creado por Irán y en contra tanto de Israel como del bloque árabe. Su proselitismo en la Unión Europea y en Naciones Unidas, confundiendo los intereses islamistas con la causa palestina y alimentando el antisionismo, ha generado una indisimulada alarma.

5. La querencia a defender los intereses chinos en España y en Europa, a pesar de que esa gran potencia oriental sea considerada un «reto sistémico» o un «riesgo sistémico» por la Alianza Atlántica y por la Unión Europea respectivamente. Lo vimos en el caso Huawei, cuya primera ejecutiva era la pareja de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, y lo seguimos constatando cuando se trata de endurecer los aranceles ante la competencia desigual de los vehículos eléctricos chinos.

6. La muy limitada aportación de España a Ucrania en su defensa frente a la invasión rusa, junto a una poco ética adquisición de hidrocarburos de ese país que casaba mal con el supuesto bloqueo a sus intereses económicos.

7. El consolidado desinterés del gobierno por invertir en Defensa, a pesar de los compromisos adquiridos en el marco de la OTAN para dedicar, como poco, un 2% del PIB.

Este conjunto de hechos ha ido generando desconfianza en el papel de España como aliado en beneficio de otros, tanto en el seno de la Alianza Atlántica como fuera. El caso más significativo es el de Marruecos, que ha sabido aprovechar estas circunstancias para consolidar su relación de seguridad con la gran potencia americana, dejando a un lado el sesgo ideológico del ocupante de la Casa Blanca. Para Marruecos, potencia árabe y musulmana, las víctimas de Gaza no son óbice para mantener una estrecha relación con Israel y con Estado Unidos. Parece que en Rabat sí saben distinguir lo que es una causa árabe de otra de carácter islamista.

No estamos ante hechos aislados consecuencia de la irresponsabilidad, la incompetencia o el exceso de ideología en la toma de decisiones. Bien al contrario, nos hallamos frente a una política exterior que conecta con la defendida por el Partido Socialista en los primeros años de la Transición y que Felipe González, junto con un grupo de economistas solventes, con Narcís Serra a la cabeza y desde el Ministerio de Defensa, trataron de contener. Esa corriente «progresista» fue rescatada por Rodríguez Zapatero y animada por Pedro Sánchez, para lo que tuvo que arrinconar al Ministerio de Asuntos Exteriores en beneficio de la Moncloa, ocupada por gentes sin conocimiento de la política internacional pero comprometidas con sacar adelante una «agenda progresista» que supone el distanciamiento de Estados Unidos y el giro europeo hacia posiciones más equidistantes, más próximas por lo tanto al bloque antiliberal liderado por China.

Si con Biden la relación no fue bien, con Trump irá peor. En la medida en que los medios de comunicación públicos y los privados que secundan al gobierno han etiquetado a Trump como populista de extrema derecha, el equivalente norteamericano a Abascal, el paso siguiente será deslegitimar sus exigencias y apostar por la reconfiguración del posicionamiento europeo en el mundo, dejando atrás nuestro compromiso con la democracia, en el más amplio sentido de la palabra.