Begoña y la foto de la vergüenza
Como lo leen: la mujer del jefe del Ejecutivo de la cuarta economía europea, Begoña Gómez, tiene que dar cuenta de sus actividades por estar investigada tras registrar a su nombre una herramienta informática que montaron para ella, y por la cara, Google, Indra y Telefónica
Hoy se celebra una sesión en la Asamblea de Madrid inaudita, insólita, de esas que hacen historia. Los que hemos echado los dientes periodísticos en esa institución, hemos visto pasar a presidentes, jefes de la oposición, empresarios, alcaldes. Algunos de ellos fueron condenados por corruptos. Otros se negaron a declarar ante la comisión de investigación tras el argumento de que el caso estaba en los juzgados y hasta hubo quien pasó sin solución de continuidad del interrogatorio parlamentario a la sombra en Soto del Real. Cómo olvidar aquella comisión del tamayazo que registró niveles de audiencia estratosféricos. Por entonces, ver pasar toda una época de la Comunidad, con el misterio de la espantada de dos diputados socialistas que dejaron a Rafael Simancas –quién le ha visto y quién le ve– con el terno de presidente de la Comunidad y sin novia despertó un morbo hasta entonces desconocido en los mentideros de la villa.
Sin embargo, la comparecencia de hoy rompe todos los registros. No le pondré nombres ni siglas. No hace falta. Una comitiva de coches oficiales y de seguridad sale del Palacio de La Moncloa llevando a bordo a la esposa el presidente del Gobierno. Toma la M-30 y se dirige hasta la avenida Pablo Neruda, en Vallecas, donde se alza el Parlamento autonómico madrileño. Del coche blindado baja la consorte de la segunda magistratura del Estado no para inaugurar una exposición ni para presidir un acto benéfico. Ni siquiera para acompañar a su marido a un evento político. No, no. Lo hace para responder políticamente por su imputación en un juzgado madrileño por presuntamente haber incurrido en tráfico de influencias, corrupción en los negocios, intrusismo profesional y apropiación indebida.
Como lo leen: la mujer del jefe del Ejecutivo de la cuarta economía europea, Begoña Gómez, tiene que dar cuenta de sus actividades por estar investigada tras registrar a su nombre una herramienta informática que montaron para ella, y por la cara, Google, Indra y Telefónica. Costó 150.000 euros y las tres compañías, cuando olieron que podrían ser acusadas de sucumbir al tráfico de influencias, mandaron parar. A la Complutense, en teoría la beneficiaria de ese software, le arrebataron el desarrollo digital y su rector, que también comparece ante los diputados madrileños, lejos de reclamárselo a la consorte presidencial acudía solícito a Moncloa cada vez que la 'catedrática' le llamaba.
La fotografía es demoledora. Al nivel de la de la UCO registrando el despacho del fiscal general del Estado. Pero aquí no pasa ni pasará nada. Como en la famosa película él le habrá dicho a ella, tú a la Asamblea y yo a Azerbaiyán. Y luego, los dos a Brasil y así tú no tienes que ir a ver al juez Peinado. ¿Qué hubiera pasado si Elvira Fernández, mujer de Mariano Rajoy, hubiera tenido que comparecer para hablar de negocios sucios en Moncloa? ¿Y si Ana Botella hubiera sido cazada beneficiándose del poder de Aznar, su esposo? Sin recurrir al pasado, ¿alguien se imagina a la cónyuge del canciller Scholz, o a la del premier británico Starmer o la esposa de Macron dando noticia a unos parlamentarios de sus negocietes privados al calor del cargo de su marido?
Cuando se vive sin límites morales, como sobrevive Pedro Sánchez en la presidencia, supongo que el de hoy no es más que un episodio más, forzado por la campaña de sus enemigos –la ultraderecha– para acabar con su carrera política. Pero los que todavía contamos con cierta brújula ética, la de hoy en la Asamblea de Madrid es una acuarela hiperrealista de la degradación de un señor que, rodeado de porquería hasta su despacho, arrastra a su nación por el fango, el mismo que se ha llevado la vida de centenares de compatriotas en Valencia mientras él y ella bailaban en Bollywood.