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Desde la almenaAna Samboal

¿Solo el pueblo salva al pueblo?

Fallaron los que, por dejadez o ceguera ideológica impidieron la construcción de las infraestructuras que hubieran mitigado o evitado el desastre. Fallaron los que no vieron la alarma o viéndola no advirtieron del peligro

La imagen corrió como la pólvora: miles de voluntarios, a las puertas del Palacio de las Artes y las Ciencias de Valencia, dispuestos a echar una mano a sus semejantes en las horas inmediatamente posteriores a la tragedia. La presencia de la UME, limitada, casi invisible, transmitía una sensación de orfandad de auxilios básicos clamorosa. Después supimos que el ministro Marlaska había rechazado la ayuda de Francia. Y se susurraba que policías y guardias civiles y bomberos y militares estaban dispuestos a desplazarse a las zonas afectadas, pero no había orden de movilización, ni tampoco permisos, de Interior o de Defensa. Y más tarde nos enteramos de que Carlos Mazón estaba en una comida presuntamente profesional, que Teresa Ribera andaba cultivando su curriculum en Bruselas y que desde la Confederación Hidrográfica del Júcar no avisaron del aluvión de agua que se venía encima porque se dedicaban a observar la presa de Forata, de espaldas al barranco de El Poyo.

La conclusión era obvia: ante la aparente ausencia del Estado, «sólo el pueblo salva al pueblo». El lema rebotó de teléfono en teléfono, de cuenta en cuenta en redes sociales. No sé si yo misma llegué a creerlo. ¡Qué inocente parece! ¡Qué blanco! Y, sin embargo, encierra veneno. Ahí, agazapados tras la catástrofe, estaban al acecho los tiburones de la desinformación, dispuestos a sacar rédito de la muerte ajena, para prender la mecha de la próxima revolución sembrando la desconfianza en las instituciones. Cierto es que los que estaban al mando, con su tira y afloja con los estados de alarma, dispuestos a no salir quemados de esta crisis o a sacar tajada política de la desgracia ajena, se lo han puesto en bandeja.

Fallaron los que, por dejadez o ceguera ideológica impidieron la construcción de las infraestructuras que hubieran mitigado o evitado el desastre. Fallaron los que no vieron la alarma o viéndola no advirtieron del peligro. Fallaron los que no estuvieron atentos a esas señales. Fallaron los que se colocaron de perfil cuando las casas estaban anegadas, las calles enfangadas o las personas desasistidas. Fallan los que, aprovechando el río revuelto, intentan sacar tajada, bien subiendo impuestos, negociando presupuestos o colocando a policías. Han fallado las personas. Y, a día de hoy, sólo hemos oído pedir disculpas a la Reina Letizia, la que no tiene culpa alguna.

Ante la palmaria mediocridad de algunos políticos, que no todos, pero sí de todos los colores, que, en mala hora, debían estar al frente del drama, ha sido el Rey, la Corona, la que ha encarnado, ante un pueblo encendido, magullado y en doloroso duelo, toda la dignidad del Estado. Y, tras él, todos nuestros servidores públicos: funcionarios, protección civil, militares, policías, guardias civiles, sanitarios o bomberos. Son parte de ese pueblo que salva, pero encarnan las instituciones. Ellos también son Estado.