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HorizonteRamón Pérez-Maura

Cuando una cumbre se queda en una tertulia

Me decía esta semana un veterano protagonista de muchas cumbres que el creciente desinterés ha sido totalmente intencionado por parte del Gobierno español para ofrecer un mayor contraste con la cumbre de 2026 que va a ser en España. Y ésta es una explicación coherente

Ecuador ha albergado esta semana la XXIX Cumbre Iberoamericana en la preciosa localidad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, normalmente conocida, simplemente, como Cuenca. Y lo primero que hay que decir es que no ha sido una «cumbre» ni en sentido figurado. Más bien ha sido una tertulia entre tres amigos. Aparte del anfitrión, Daniel Noboa, solo han asistido el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, y el Rey de España. ¿Para esto se gasta España el dinero en mantener una secretaría general iberoamericana que es la gestora de las cumbres? Porque el fracaso de convocatoria no es solo de Ecuador. Lo es también de España como gestora de esta organización en la que más bien parece que estamos dilapidando el dinero.

Las cumbres nacieron en 1991 en México y fue una iniciativa muy ambiciosa de Felipe González. Se tuvo la inteligencia de celebrar la primera en Guadalajara para legitimarlas y que no pareciese que el objetivo de estos encuentros era reivindicar la España colonial. Tanto a aquella cumbre como a la de 1992, que sí fue en Madrid, asistieron todos los jefes de Estado de la comunidad iberoamericana. Hasta se invitó al gobernador de Puerto Rico.

En aquella época el arriba firmante era el redactor jefe de Internacional en ABC. Y recuerdo una pequeña hazaña periodística que logramos con motivo de la cita madrileña. Asistieron 19 países, incluyendo a España. Todos estuvieron representados por sus presidentes salvo Portugal, a quien representó el primer ministro Aníbal Cavaco Silva. Y el día de la inauguración de la cumbre, ABC publicó entrevistas de página entera con todos los mandatarios que habían viajado a España para participar en la cumbre. El interés que despertaba el acontecimiento era extraordinario. Pero no solo en España, como país anfitrión, sino en toda Iberoamérica. Recuerdo muy bien el discurso en el plenario del presidente guatemalteco, Jorge Serrano Elías, que con poca sutileza criticó la conquista y evangelización de América por España —él es protestante— y cómo después tomó la palabra el octogenario Joaquín Balaguer, presidente de la República Dominicana, ciego desde hacía años, y dio una lección de historia e hizo una reivindicación del papel de España en América que no pudieron igualar ni el Rey, ni Felipe González.

La realidad es que las cumbres han ido decayendo en relevancia. Se decidió en su momento celebrarlas cada dos años, pero aun así el desinterés es creciente y la prueba irrefutable es la no cumbre de este año en Cuenca, Ecuador. Me decía esta semana un veterano protagonista de muchas cumbres que esto ha sido totalmente intencionado por parte del Gobierno español para ofrecer un mayor contraste con la cumbre de 2026 que va a ser en España. Y esta es una explicación coherente.

A estas alturas ya sabemos que el único ámbito en el que se mueve con comodidad Pedro Sánchez es en el internacional. Y, sin embargo, no ha ido a Ecuador, aunque sí haya ido a Bakú y vaya la próxima semana a Río de Janeiro, pese a que con ello haya dejado todo el protagonismo al Rey en Ecuador. Así que desde ahora se van a dedicar grandes esfuerzos a que la Cumbre Iberoamericana en España y en 2026 —sobre la que no se ha decidido en qué localidad tendrá lugar— sea un punto de exaltación de Sánchez a un año, como máximo, del fin de la legislatura. Para eso ha dejado Sánchez que la cumbre de Cuenca, Ecuador, fuese una nadería.