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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Acabado

No es ya más el «puto amo», nunca lo fue, pero ahora ya no lo es ni siquiera en la mente de sus ministros, ni en sus más eróticos sueños. No es más que un puto cadáver político, un maltrecho jugador a la manera de Dostoiesvki

Está acabado, es probable que no lo sepa; o si lo sabe, sería peor. Porque no hay nada de temer más que cuando un comunista se reconoce a sí mismo acabado, pues es entonces que impone toda su concentración y dedica todas sus fuerzas en afianzarse en el poder. Sin ir más lejos, Fidel Castro… «Ay, Zoé, otra vez con tu comunismo y con Fidel Castro», dirán ustedes. Bueno, no me crean, pero lo he vivido, lo he estudiado, y no lo olvidaré mientras dure. Lo llevo como marca de nacimiento; nunca mejor dicho, pues nací a cinco meses del año del error y del horror, 1959.

Está acabado no, lo siguiente. Nadie en su sano juicio daría ni un kilo prieto por él, ni un duro, vamos; se le nota en la forma de sonreír, de hablar con esas pausas tan poco o nada pensadas, en la manera de desviar la mirada hacia un punto inexistente, de seguir machacador adelante con un torpe discurso engañoso, de una hueca flojedad que intenta ser como nunca persuasivo. Se le percibe hasta en la forma de caminar, desgarbado, titubeante, como si pidiera a gritos que venga alguien a sostenerle, como cuando salió huyendo tan cobarde de Paiporta; sólo que allí fingía. Ahora sabemos que es verdad, que el vencimiento le ha ganado la partida, que la fatiga lo abruma, lo doblega. Aunque. No se fíen, los comunistas sacan vigor, garra, prudencia falaz de esos momentos de debilidad.

Pero… Está acabado, lo reitero con un gustillo sabrosón, no podría negarlo. Y, sépanlo, lo que peor lleva es que su enamorada haya pasado toda la noche con dos delincuentes en una habitación de hotel en un país ajeno, sin él y fuera de su control. Lleva como un mal trago además, que ella, su amada, le hubiera usado como su más potente cómplice e instrumento, a tal punto que de cómplice e instrumento se ha convertido en el Uan, en el número uno de la trama más corrupta del gobierno y del partido político que lidera. No obstante, habría para escoger, porque por tramas de corrupción socialistas que no quede, aunque de todas salgan indemnes.

Está, acabado no, hecho polvo; o sea, hecho mierda. No es ni la sombra de sus años mozos, sólo es una piltrafa disfrazada con un traje de un azul eléctrico, engalanado para hacernos creer que una energía superior lo conducirá a hacer lo que siempre hizo inextricablemente: mentir, manipular, doblegar, ganar tiempo. Sí, continúa imbuido de esa falsa exaltación casi mística de aventajar fases, de rellenarlas con intervalos y piruetas.

No es ya más el «puto amo», nunca lo fue, pero ahora ya no lo es ni siquiera en la mente de sus ministros, ni en sus más eróticos sueños. No es más que un puto cadáver político, un maltrecho jugador a la manera de Dostoiesvki, cuando menos se lo espere el hachazo caerá sobre las piezas del tablero, el ajedrez se transformará en arena entre sus zarpas.

Todavía confía un poco en que un milagro ocurrirá, porque desde la Internacional Socialista le organizan y preparan visitas oficiales a remotos países, viajes idénticos a los que organizaban y preparaban desde Cuba por orden de los soviéticos a los enviciados líderes africanos: «Nyerere, Nyerere, venimo’ a recibirte sin saber quién ere’» –entonábamos a coro los pioneritos a todo lo largo de aquella 5ta Avenida por donde iban los coches oficiales desde el aeropuerto hacia el Comité Central. Total, ninguno de esos líderes entendía el ‘hablanero’ de Guillermo Cabrera Infante, para qué entonces rendirles tanta pleitesía.

Mucho retrato agitado en pancartas, mucha movilización callejera, pero al final del hambre y de la necesidad no nos salvaba ni Nyerere ni el mismísimo Nikita Kruchov: «Nikita, Nikita, lo que se da no se quita»… Cantaron los cubanos revolucionarios, quienes toleraron como una media traición que Nikita se llevara los cohetes de la isla durante la Crisis de los Misiles. Sí, porque los cubanos comemierdas revolucionarios, ya saben ustedes, siempre se han creído inmortales, inclusive frente a una Tercera Guerra Mundial nuclear. Aunque también pudiera ser verdad eso que advierten los científicos, que sólo las cucarachas sobrevivirán.

Repito, está hecho leña, no coordina ni con una cierta ecuanimidad, o con una mínima coherencia. Distingo en su estampa un cierto parecido con aquel Castro al que –muy distante de «vibrar en la montaña» tal como entonaba aquel himno troglodita de mi infancia– se le aflojaba con frecuencia la dentadura postiza, le temblaba la barba gris y rala, y se desplomaba en medio de un discurso o tropezaba y se estampaba a lo largo en el suelo para hazmerreír del mundo. Es un mamarracho, tal vez le quede poco, ojalá así sea; sin embargo, actuemos como si fuera a estar así y ahí por una eternidad. Porque sólo una simplona y desprevenida idea de la eternidad atribuida por mero capricho le daría el puntillazo final.