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VertebralMariona Gumpert

El cuestionable resurgir de la presunción de inocencia

Algo similar debió pensar Sánchez, de quien empezamos a tener sospechas más que fehacientes de una intencionalidad psicópata detrás de su omisión de socorro hacia las víctimas de las inundaciones. «Con esto me dejarán a la doña en paz», pareció pensar

No hay mal que por bien no venga; si eres un político corrupto, dicho mal sabe a gloria bendita. Díganselo a Íñigo Errejón. Cuando todo indicaba que pasaría semanas en la picota, sin poder salir de su casa ni para tirar la basura, sobrevino la gota fría. Un regalo como caído del cielo, sin el «como». Algo similar debió pensar Sánchez, de quien empezamos a tener sospechas más que fehacientes de una intencionalidad psicópata detrás de su omisión de socorro hacia las víctimas de las inundaciones. «Con esto me dejarán a la doña en paz», pareció pensar. Su habilidad criminal para dominar el relato lo ha dejado durante semanas como el líder amado y bien dispuesto («si necesitan más recursos, que los pidan») que tranquiliza a su querido pueblo («yo estoy bien») tras el ataque de la ultraderecha en Paiporta (un palo que no alcanzó destino y unas señoras mayores liándose a paraguazos contra su coche).

En lugar de seguir en perfil bajo, Errejón se retractó hace unos días declarando que la denuncia de Elisa Mouliaá es falsa, que la actriz actuó de mala fe. La podemita, Isa Serra, lo asimiló a la ultraderecha por acogerse de forma indirecta al principio de presunción de inocencia. Bienvenido al club de los nazis, Errejón. Eso sí, no te equivoques. Ni tú, ni Serra, ni nadie: una cosa es ese principio del derecho, otra cosa distinta son los juicios mediáticos y, ya en un plano ignoto por demasiados políticos, está el plano ético. Y el plano ético, cuando se trata de política, debería ir ligado al estético, ese injusto «la mujer del César no sólo debe serlo, sino parecerlo». Injusto por el hecho histórico al que se refiere e injusto en sí mismo porque –y esto es algo que comprobamos demasiado a menudo– en la sociedad de la información, la imagen y el relato las cosas muchas veces no son lo que parecen.

La pregunta es, ¿en qué ocasiones las cosas no son lo que parecen, sino que parecen lo que son, aunque no haya un juez dando fe de ello? Veremos a todo el equipo de opinión sincronizada defender a Sánchez de las declaraciones de Aldama de mil maneras; por supuesto, empezarán con la presunción de inocencia; no faltarán los «tu quoque» al PP; se desautorizará a Aldama, se insistirá en la pulcritud –Sánchez dixit– de Begoña Gómez, en el terrible lawfare –la judicialización de la política– y en la máquina del fango. De todo, menos admitir la corrupción estructural del PSOE, en general, y del PSOE de Sánchez, en particular.

¿Cambiarán algo todos los procesos judiciales que ya están abiertos, todas las pruebas aportadas por la UCO, toda la trama de corrupción internacional con repúblicas bananeras y asesinas? Lo plantearé de otra manera: ¿alguien se acuerda del caso de los ERE? ¿Cómo es esto posible? La gestión criminal de la desgracia de Valencia debería haber bastado para hacer caer en bloque al gobierno si fuéramos un país con un mínimo de decencia. Pero la verdadera máquina del fango –reforzada en el Congreso de los Diputados a la vez que un tsunami de barro arrancaba centenares de vida– ya se ha encargado de señalar un único chivo expiatorio, Mazón.

No esperen grandes cambios a corto plazo. Incluso si el progresismo –en un giro inesperadísimo de los acontecimientos– admitiera la corrupción estructural generalizada de los socialistas no ocurriría gran cosa. Ya conocen las consignas: «la llegada de la ultraderecha al poder implicaría un retroceso en los derechos sociales y en las políticas progresistas, estaríamos vendidos a las grandes empresas y a los poderosos, se privatizaría la sanidad y la educación, se encerraría a las mujeres en el hogar y al colectivo LGTB en las cárceles, al lado de los campos de exterminio de inmigrantes y musulmanes–.

Pero todo esto que les cuento ya lo saben, ¿verdad? El verdadero quid de la cuestión es, ¿Qué demonios hace el PP? Son peores que perder haciendo trampas al solitario. Lo triste es no saber si es por estulticia o porque, al final, entre bomberos no se pisan la manguera. Teresa Ribera ha sido al final elegida vicepresidente de la Comisión Europea. No les digo ná, pero les digo tó.