El general
El general Gan Pampols y el general Aguado de Diego han dedicado sus vidas a su vocación. Servir a España y a los españoles desde su sentido del servicio y el patriotismo en todos los actos de su vida
El nombramiento del teniente general en la reserva don Francisco Javier Gan Pampols como vicepresidente segundo del Gobierno de la Generalidad de Valencia para coordinar la reconstrucción de los daños producidos por la riada, ha caído mal entre los giliprogres. «Es un militar. Malo». Y más aún, cuando se ha sabido que su inmediato colaborador en la durísima tarea que ha aceptado, será otro militar, el general de brigada en la reserva don Venancio Aguado de Diego. Tengo el honor de conocer y considerarme amigo del general Gan, «Curro» Gan, como es conocido entre sus compañeros de armas. Conocí al general Gan cuando era Director de la Academia General Militar de Zaragoza. Ha coronado varios «ochomiles» y ha pisado los Polos. Ordena con la mirada, y sus subordinados tenían de él el máximo nivel de respeto, afecto y lealtad. Ha aceptado el marrón que le han encomendado advirtiendo que jamás aceptará consignas partidistas ni indicaciones que distraigan su responsabilidad e independencia. Su trayectoria militar es brillante. Ha servido a España en el Kosovo y Bosnia-Herzegovina, y en el año 2007 lideró el equipo de Reconstrucción Provincial en Quala e Naw, Afganistán.
El general Gan Pampols y el general Aguado de Diego han dedicado sus vidas a su vocación. Servir a España y a los españoles desde su sentido del servicio y el patriotismo en todos los actos de su vida. Suena a antiguo, pero suena muy bien. A la simplicidad reflexiva o irreflexiva de los retroprogresistas de profesión, les produce recelo su condición de militares. En un Estado, como el actual de España, en el que la corrupción de la política vuela por encima de todos los españoles, es una garantía que dos grandes soldados sean los responsables de reconstruir lo que ha destrozado la incompetencia, la perversidad, la inutilidad y finalmente, la naturaleza. Ni un euro del presupuesto que pongan a su disposición va a aterrizar en sus bolsillos. Los militares, y bueno es que lo sepan los tontos, los tontos de siempre, desde que ingresan en las academias hasta que pasan a la reserva y finalmente se jubilan, saben que han renunciado para siempre al enriquecimiento personal, a la impostura, a la corrupción y al mal uso del dinero público.
Por eso se les reconoce, hasta en los medios menos favorables, su indestructible honestidad y decencia. Entiendo que, los periodistas agraciados por la corrupción del poder político, no sean partidarios de la eficacia y la honestidad militar. La opinión de un militar no cambia ni se vende ni se alquila. Para ellos, mil millones de euros y diez céntimos de
euro son igualmente sagrados, y su buena administración e inversión en beneficio de los españoles están aseguradas. Los militares pasan a la reserva percibiendo una jubilación tan modesta como injusta después de 40 años al servicio de España. No se quejan. Si hay que reconstruir, ellos lo harán mejor que nadie, renunciando –como hicieron durante toda su vida-, a reconstruir sus bolsillos particulares, afición muy extendida entre los políticos y los representantes civiles de la sociedad.
Por otra parte, el militar cumple con sus planes y obligaciones a diario, y huye de la improvisación y la trifulca partidista. Ellos sirven y ayudan de igual modo a quienes les agradecen su sacrificio y a quienes deploran su existencia. La reconstrucción de las zonas afectadas por las riadas en Valencia se llevará a cabo con la obligatoriedad del cumplimiento y los plazos.
Y con la seguridad de que nadie se va a llevar a su casa un euro de los contribuyentes.
Con la decencia al mando, la honestidad y la eficacia están aseguradas.
Y al que le pique, que se rasque.