Adiós, señora
Pónganse en las fiestas patronales de una localidad murciana. Casetas de feria. Dos familias, las más poderosas, enfrentadas e irreconciliables desde varias generaciones atrás
Ignoro si me repito. No llevo la cuenta. Me lo contó Jaime Campmany para instruirme acerca del talento social retorcido de algunos de sus paisanos. Pónganse en las fiestas patronales de una localidad murciana. Casetas de feria. Dos familias, las más poderosas, enfrentadas e irreconciliables desde varias generaciones atrás. Ya avanzada la noche, pasa por la caseta de una de las familias ricas una buena mujer, muy entrada en carnes, de la familia rival. Romeo y Julieta, Capuletos y Montescos. Isabel de Segura y Diego Martínez de Marcilla, los Amantes de Teruel. Eutiquio Iparaguirre y Rosa Mari Lugartutene, los novios de Igueldo, que se precipitaron de la mano al vacío desde el Río Misterioso.
Odios y rechazos del pasado.
El rico de la familia poderosa vio pasar a la mujer gorda de la otra familia poderosa. –Adiós, hipopótamo, buenas noches–. Reacción de la familia ofendida. Puñetazos y trompadas. Noche en el cuartelillo. Al día siguiente, juez de Paz, un santo varón –como diría Tip-, querido y respetado por todo el pueblo. Acto de conciliación y reconciliación.
- Lo reconozco, señoría.
- ¿Se arrepiente de haber llamado a la señora «hipopótamo?
- Me arrepiento, señoría.
- ¿Me promete no volver a llamar a la señora «hipopótamo»?
- Se lo prometo, señoría. Nunca más.
- Señora, ¿acepta usted las disculpas del acusado?
- A regañadientes, pero las acepto, señoría.
- ¿Perdona, por lo tanto, su incalificable grosería?
- Muy a mi pesar, se la perdono. Soy mujer de familia cristiana, no como él.
- ¿Puedo dar por cerrado y satisfecho el asunto en cuestión?
- Por mi parte, sí, señoría.
- ¿Y por la suya?
- También, señoría?
- Señor secretario, cuando haya terminado de redactar el acta, proceda a su lectura con el fin de firmarla debidamente.
- ¿De acuerdo con el acta?
- De acuerdo, señoría.
- ¿Y usted?
- También conforme, señoría.
- Procedamos a la firma.
Firmada el acta, el insultador se dirige al juez de paz
-Me permite una pregunta, señoría?
-Permitida.
- ¿A un hipopótamo está permitido llamarle «señora»?
- ¡Hombre, qué sé yo, en fin, que no encuentro la respuesta.
- No importa. Adiós, señora. Buenos días.
Se salió con la suya.