Sánchez: Anatomía de una anomalía
En realidad, es un mediocre de escasa calidad moral, que necesita superarse con sobreactuaciones y que no está educado para vivir en democracia, donde la pluralidad, la discrepancia y el respeto al contrario forman parte de la espina dorsal de la misma
Pedro Sánchez se caracteriza por su mala relación con la realidad. Cree, por ejemplo, que ganó las últimas elecciones generales, cuando en realidad las perdió. Otra cosa es que decidió apoyarse para gobernar en aquellos partidos que dicen odiar a España y aspiran a su destrucción. Esa equivocada percepción de la realidad es la que le lleva a calificar su contumaz costumbre de mentir como «cambio de opinión». En la vida de los políticos, como es probable que en la de todos, existe un componente de azar inevitable y algo de eso ha ocurrido en la llegada de Sánchez al poder. Lo inquietante es su carencia de empatía con los ciudadanos y su incapacidad para percatarse de lo que realmente está ocurriendo en el país. Él se cree sus propias mentiras. Cuando perfiles emocionales como el de Sánchez llegan al poder se vuelven personajes inquietantes. En cualquier otro país la situación que vivimos en el campo político abocaría a Sánchez a presentar la dimisión o a convocar nuevas elecciones. Él, sin embargo, ya anunció que va a continuar hasta 2027 y después más…
Son muchos los españoles que se asustan cuando escuchan esas afirmaciones de un hombre que no está especialmente dotado para gobernar. Le gusta el poder y el mando, pero no sabe dirigir ni cuenta con un proyecto para España y menos para la convivencia entre los españoles. Nunca nuestro país, desde 1977 hasta aquí, estuvo más polarizado, radicalizado y dividido en dos mitades. Sánchez es un hombre que carece de las virtudes propias que acompañan a los grandes gobernantes. En realidad, es un mediocre de escasa calidad moral, que necesita superarse con sobreactuaciones y que no está educado para vivir en democracia, donde la pluralidad, la discrepancia y el respeto al contrario forman parte de la espina dorsal de la misma.
Creo que al lector ya le aburre leer todos estos diagnósticos que hacemos del padecimiento que nos ha tocado, más por el azar que por la fuerza de los votos. Pero no nos queda más remedio que insistir. Solo desde la insistencia, desde la firmeza civilizada de la crítica al poder, lograremos que España no caiga de nuevo en el abismo de la radicalidad.
Hace muchos años que leí con verdadera fruición y deleite el ensayo de Gregorio Marañón –el abuelo, para que nadie se lleve a engaño– sobre Tiberio, historia de un resentimiento. Releyéndolo para escribir este astrolabio comprobé que Tiberio fue mucho mejor que Sánchez. No me atrevo a decir, por tanto, que el actual ocupante de la Moncloa sea un resentido en el modo y manera en que nos lo describe Marañón. Tiberio fue un magnífico administrador del Imperio Romano, Sánchez da cada día un paso más para la desintegración de España y para su quiebra económica.
Sánchez coincide con Tiberio, sin embargo, en su facilidad para turbarse ante la crítica, su incapacidad para el agradecimiento y, sobre todo, su ausencia absoluta de humildad, hasta el punto de que los posibles éxitos lejos de curarlo lo empeoran.
Se marchará Sánchez algún día de nuestra vida. Seguro que sí, pero va a depender mucho de nosotros mismos, que también somos responsables en una pequeña cuota de todo cuanto acontece. Unos por acción, otros por omisión, la mayoría por pensamiento. Sánchez, sin duda, es un pecado de la historia reciente. Ojalá quede en una pequeña anécdota en la historia de nuestro país, ya que de ser algo más relevante, sería, entonces, un desastre.