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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Últimas tardes con Teresa

Eso sí, la susodicha tuvo tiempo para reunirse con Víctor de Aldama, como ha contado él, para un proyecto de la España vaciada –aunque no se lo crean era ministra también de Reto Demográfico– al que estaba vinculada la simpar Begoña Gómez

La vicepresidenta primera de la Comisión Europea ya ha dejado de ser ministra de Transición escandalosa y barrancos inundables. Ribera del Júcar, que acaba de recibir en el Parlamento europeo unos raquíticos 370 votos a favor frente a 282 en contra, estaba hasta el pelo mal peinado de España. Aquí solo sus voceros de las tertulias reparan en su inmensa talla intelectual de estadista europea, una eminencia verde que cuando tuvo la oportunidad de aplicar sus conocimientos ecologistas en la mayor catástrofe climática de Europa hizo mutis por el foro bruselense para prepararse el examen a comisaria. Una prueba que no ha superado ella, sino el canje suscrito por la izquierda, que ha tragado con los candidatos de los –como dicen ellos– fachas Meloni y Orban. Porque los cordones sanitarios a la derecha –de los que vive el relato sanchista– se rompen cuando conviene; es decir, cuando está en juego una poltrona. Son de quita y pon, como la ideología progre. Ahora, a ver con qué cara Sánchez critica los pactos del PP con Vox en España.

Teresa Ribera tuvo que comparecer en el Congreso forzada por Europa. Ella, que ya creía superada su presencia en la cateta actualidad política doméstica, se ha tenido que sacrificar para prestar un poco de su solicitada atención a fruslerías como la muerte de más de 222 personas y una hecatombe de proporciones terribles. O sea, la responsable hidrográfica de España tuvo que ser obligada a dar cuenta a los ciudadanos de su gestión en la DANA. No sé si cabe mayor aberración. Ribera, tan preocupada con la presa de Forata, no dedicó ni un minuto de las horas críticas del 29 de octubre al barranco del Poyo, que nunca mandó limpiar porque eso era poco «verde». Pero ahora resulta que tiene la culpa Rajoy de no haber hecho las obras de contención que protegieran a miles de compatriotas de las arremetidas de la gota fría. ¿Cuándo entenderán los paniaguados seguidores del sanchismo que Pedro puede ser, y de hecho lo es, responsable de las peores cosas que suceden en España y ya no cabe echarle la culpa al empedrado? Eso sí, la susodicha tuvo tiempo para reunirse con Víctor de Aldama, como ha contado él, para un proyecto de la España vaciada –aunque no se lo crean era ministra también de Reto Demográfico– al que estaba vinculada la simpar Begoña Gómez. A Teresa no le falta de nada. Bueno, solo le falta la imputación. Y veremos si la consigue. Pero no dimitirá. Es marca de la casa socialista.

Hasta ahora conocíamos el síndrome de la Moncloa, del que se vieron aquejados todos los presidentes del Gobierno. Ya sabemos que Pedro y su recadera vicepresidenta, también lo sufren, lo que les incomoda sobremanera. Quieren vivir de su reputación internacional que, nadie sabe por qué, disfrutan fuera de nuestras fronteras, mientras aquí no pueden dar un paso en la calle sin que les caiga la del pulpo. No quieren sufrir las disquisiciones de la fachosfera, ese grupo de ultras que no entienden la dimensión histórica del papel para el que el pueblo los eligió. La ciudadanía es muy ingrata y hay que poner tierra de por medio para seguir engañando al resto el mundo. Aquí ya no cuela lo de la bici y el Falcon a la vez.

Pronto ambos estarán fuera de España. Ella, para asumir la vicepresidencia primera de Ursula von der Leyen, la mejor e inconcebible palmera de Pedro Sánchez; él, porque cada vez pasa más tiempo fuera de nuestro país, alargando sus visitas oficiales para no tener que responsabilizarse de los muertos de la DANA o de las corruptelas de todo su entorno y aspira a un cargo internacional, cuando la podredumbre le eche de Palacio. El narciso de Moncloa nos acaba de decir que esa mujer de acrisoladas virtudes deja una huella indeleble en España. Que se lo digan a su marido Bacigalupo y a Aldama. O a los damnificados de Valencia. Estos últimos, a los que abandonó, no tuvieron la suerte de pasar sus últimas tardes con Teresa, en recuerdo al mejor Marsé. Así que, señora Ribera, que tanta paz lleve, como –una sectaria menos– descanso deja.