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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Aldama no miente

En esta historia truculenta el único mentiroso es Pedro Sánchez

Conocí a Aldama el pasado miércoles, en el estudio de la Cope donde Carlos Herrera había logrado atraerle a la entrevista del año. La imagen que tenía de él era la de todo el mundo: desaliñado al salir de prisión, empequeñecido, con voz algo trémula y esas ojeras que provoca pasar de una suite a un chabolo.

En realidad es un tipo grandote, no muy lejos del 1.90, adelgazado en la cárcel hasta quedarse en el peso correcto para lucir buena planta, mejorada por un impecable traje a medida, sin corbata, de uñas arregladas y ese tipo de elegancia que dan los años de experiencia, buena vida y trabajo.

La caricatura que el Gobierno ha hecho de él para zafarse de sus confesiones, como un Pequeño Nicolás mezclado con Mortadelo, no puede ser más torpe y efímera: lo que vi allí es a un empresario con problemas, bien asesorado legalmente y consciente de que va a ser condenado pero, también, de que puede reducir su estancia en la cárcel si colabora con la Justicia y junta las piezas de un puzzle en el que él no es el peor.

Aldama no parece movido por la necesidad de venganza, aunque se le nota dolido con los desprecios de quienes han contado con él, en tantos frentes, durante tantos años: simplemente ha entendido, intuyo, que la Justicia tiene una parte matemática que permite adivinar el resultado de una ecuación penal si se colocan las cifras y los signos en los lugares correctos para que, en lugar de multiplicarse lo estragos personales, se dividan.

Dudar de que Aldama dice la verdad es tanto como discutir que el sol sale de día y la luna de noche: no se trata de una intuición, sino de la deducción inapelable de su relato, sus pruebas, sus vivencias, su información y su autoinculpación. Incluso no hay que ser muy lince para deducir que no ha contado todo lo que sabe y que, lo que sabe, es tan grave o más de lo que ya ha ido desgranando.

No se trata de conferir autoridad a un testimonio por el deseo de que tenga consecuencias letales para un sátrapa como Sánchez, sino de encajarlo en la ristra de hechos que acompañan al relato: Aldama montó empresas de la nada que, en cinco minutos, se convirtieron en proveedoras preferentes de millonadas en mascarillas para administraciones del PSOE. Obtuvo del Gobierno una licencia, al acceso de muy pocos, para comerciar con hidrocarburos. Fue el hombre clave en el millonario rescate de Air Europa, firmado en tiempo récord por el propio Sánchez, y también el que viajó con el presidente de la compañía y Begoña Gómez a San Petersburgo, a un encuentro turístico culminado, vaya casualidad, con la cesión del vetusto pero impagable Palacio de Congresos de la Castellana a la Organización Mundial de Turismo.

Y fue también él, entre otras misiones, el conductor de la visita de Delcy Rodríguez a Barajas y de la densa agenda institucional que tenía preparada, a sabiendas de que tenía prohibido el acceso a Europa, como bien sabía y escondió Pedro Sánchez.

Nada en el relato principal de Aldama, pues, es inventado: ha estado en todo y con todos, y la única incógnita es si, a cambio de la irrefutable colaboración de Sánchez y varios de sus ministros en la prosperidad que estos años de sanchismo le han procurado, hubo comisiones, pagos, contratos e intercambios que repartieran de algún modo los dividendos.

No es poco lo que debe demostrarse, pero en realidad lo sustantivo ya está verificado: el hombre al que ahora Sánchez llama corrupto e intenta ridiculizar, ha sido hasta ayer el hombre clave en todos los frentes que hoy están judicializados.

La falta de respeto al arrepentido del alocado líder socialista, con esa altanería habitual que esta vez esconde probablemente el pánico que siente en su fuero interno, tiene las patas muy cortas: los hechos atestiguan que, en esta historia, el único que miente es el presidente del Gobierno. Y quizá al fin se haya encontrado la horma de su zapato.