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Ojo avizorJuan Van-Halen

Una extemporánea venganza

Recuerdo aquella opinión de Felipe González de que a Franco había que haberle bajado del caballo en vida y no retirar sus estatuas ya muerto. Pero eso era más complicado y precisaba más dídimos que los del caballo de Espartero

Por una información de Almudena Martínez-Fornés, brillante como todas las suyas, conocí los nombres, y más, de los doce justos –diez hombres y dos mujeres, en esto no los veo feministas– que han presentado ante el Tribunal Supremo una querella criminal contra don Juan Carlos por su regularización fiscal en 2021. Según ellos debe revisarse por las dos notificaciones previas que recibió. Juristas consultados se muestran sorprendidos. Doctores tiene la Iglesia, aunque dudo que entre ellos se encuentren estos personajes.

La querella es contra el Rey padre en exilio obligado por el Gobierno, pese a que nadie lo llame así. Y con un monarca reinante, su hijo, que no se encuentra fuerte para resolverlo. Se dice que la inacción trata de beneficiar a la Monarquía, cuando el futuro de España y de los españoles parece depender de los designios de Sánchez, víctima evidente de una patología que precisaría tratamiento. Mientras Felipe VI cumple con su deber, da la cara ante ciudadanos justamente cabreados en Paiporta, el presidente huye con evidentes trazas de miedo, camino de la ducha, y no puede salir a la calle sin que le abucheen. Parece que luego trasladó su enfado al Rey por no haber huido como él.

Los querellantes son izquierdistas radicales con sus historias detrás. Por eso considero la querella una vergonzosa y extemporánea venganza. Entre los firmantes muchos ilustres jubilados, desde varios cercanos a Podemos que incluso concurrieron a elecciones en sus listas, a otros referentes de la extrema izquierda cuyas declaraciones públicas fueron siempre inequívocas. Entre ellos juristas conocidos, pero ya un tanto a trasmano. Algunos han cumplido los noventa o están llegando.

Unos atacaron la amnistía porque no se aplicaba a Puigdemont, otros sostuvieron que los sediciosos catalanes no cometieron delito alguno, otros consideraron a los golpistas «presos políticos», otros se declararon partidarios de una consulta sobre la independencia de Cataluña, no falta alguno partidario del anarcosindicalismo, otro es recordado por su frase «lo que legitimó la monarquía fue el papel de buen traidor de Juan Carlos I», otra es autora de trabajos como «el Rey como problema constitucional», otro, que lleva veintitantos años residiendo en el extranjero, opinó que «España es una nación sin hacer, no tiene aún bandera», vaya con el conocedor de la Historia, y varios son tan independientes que están ligados a El País o a la SER. Y, por citar un caso estrambótico, hay quien celebró con una botella de cava la exhumación de Franco del Valle de los Caídos y requiere al Ministerio de Defensa que pida perdón por la Guerra Civil.

Recuerdo aquella opinión de Felipe González de que a Franco había que haberle bajado del caballo en vida y no retirar sus estatuas ya muerto. Pero eso era más complicado y precisaba más dídimos que los del caballo de Espartero. No los nombro por benevolencia, pero a los querellantes les une un radicalismo de izquierdas con amplios servicios prestados. Para algunos será su canto del cisne en el activismo.

Son seguidores de un republicanismo trasnochado cuyo deseo no es acceder -y ahí están Pablo Iglesias, el actual no el fundador, y los suyos- a una República democrática en la que las opciones ganadoras se respeten, sino a una República de izquierdas. Ya ocurrió en la fallida experiencia de 1931. Cuando en 1933 ganó las elecciones el centro-derecha, en 1934 socialistas, comunistas y anarquistas dieron un golpe de Estado con dos mil muertos. La República o era suya o no era. Ya lo afirmó Largo Caballero mientras buscaba, y así lo declaró, la guerra civil.

Ahora, en una venganza absurda, estos querellantes apuntan sus odios contra el Rey padre. Puro complejo. Desde estos tics y falseando la Historia tratan de ganar, casi noventa años después, una cruenta guerra perdida. Reniegan de la Transición y de su protagonista, y olvidan que en las elecciones de 1977 fueron elegidos diputados significados exiliados como Pasionaria, Carrillo y Alberti. Esa es memoria histórica.

Don Juan Carlos padece un exilio injusto, su salud no es buena, y sería vergonzoso que muriese en tierra extraña. Somos deudores de su entrega a España y al cambio democrático «de la ley a la ley» debido al talento de Torcuato Fernández Miranda, que acaso sea lo que más subleve a los nostálgicos de la nada. Y, no nos engañemos, en el punto de mira de esos visionarios ciegos está la Monarquía. Juan Carlos I como referente y Felipe VI como bastión principal contra la destrucción nacional.